Buenas, soy Emilio Calatayud. Siempre que se suscita el debate sobre el endurecimiento de las penas, lo normal es que alguien diga: ‘¿No hablarías así si fuera tu hijo el asesinado? Si fuera tu hijo la víctima, pedirías la cadena perpetua o la pena de muerte’. Pero muy raras veces se escucha: ‘No hablarías así si el asesino fuera tu hijo. Entonces te opondrías a la cadena perpetua o a la pena de muerte’. Esto lo que indica es que estamos preparados para que nuestros hijos sean víctimas, pero no verdugos. Yo siempre digo que hay que ponerse en la piel de la familia de quien ha sido víctima, pero también en la piel de la familia de alguien que ha cometido un delito. Y más en el caso de los menores. Porque, en esta lotería que es la vida, podemos tener la mala suerte de que nos ocurra una cosa o la otra. Y luego están los casos en los que una misma persona puede ser familia de la víctima y del verdugo: por ejemplo, cuando un menor asesina a su madre o su padre -que, afortunadamente, es algo excepcional-, el cónyuge que sobrevive tiene que convivir con el homicida, que es su hijo, y con la pérdida de la víctima, que era su pareja.