Hola, soy Carlos Morán, el compañero de blog de don Emilio. Aquí os dejo un breve relato veraniego real como la vida misma. Estamos en una piscina y dos niños de unos ocho o nueve años juegan a lanzarse una pelota de un extremo a otro de la pileta con el consiguiente riesgo de que el resto de bañistas reciba un pelotazo en la cara. Al mismo tiempo que se arrojan la ‘pelotita’ de marras, los críos saltan al agua rozando los bordes de la piscina con sus cabezas. Sus familias observan las cabriolas sin decir nada. Es como si les diera cosa cortarles el rollo… aunque sea por su bien. Incluso les ríen las gracias en alguna ocasión. Al final un bañista asustado por la suerte que puedan correr los chiquillos, y harto de que la pelota le sobrevuele, les pide amablemente que dejen de jugar y de jugarse la vida. Ellos aceptan el emplazamiento sin rechistar. La madre de uno de ellos le dice entonces al bañista: «Gracias por reñir a mi hijo, me da miedo que salte así al agua».
La pregunta es: ¿Qué harán esos padres cuando no haya nadie que haga el papel que solo a ellos les corresponde interpretar?