Buenas, soy Emilio Calatayud. En el anterior comentario hablé de la chapuza y me ha venido a la cabeza un caso que me tocó juzgar allá por el año 2000 y que alcanzó una gran popularidad. Os cuento. Unos ladrones, entre los que había un menor, se pegaron un buen rato haciendo un butrón en la pared de un almacén para robar el material que había en el interior del edificio. Pero resulta que, cuando acabaron de hacer el agujero, se dieron cuenta de que lo habían hecho demasiado pequeño y no cabía el botín. Así que se fueron si nada y encima los cogió la Guardia Civil. A mí me trajeron al menor y lo condené a leer y a escribir, porque era analfabeto, y la noticia recorrió toda España. Lo curioso es que ya lo había hecho en otra ocasión anterior, pero no transcendió y no pasó nada.
Total, que la condena más célebre que he puesto nació de una chapuza.
El chaval aprendió a leer y a escribir y no sé si a calcular bien el tamaño de la agujeros, ja, ja, ja.