Buenas, soy Emilio Calatayud. Las comuniones ya están empezando a coincidir con las fiestas de graduación, que es una ‘americanada’ que, de un tiempo a esta parte, hemos empezado a practicar aquí con la fe del converso. También tiramos la casa por la ventana: trajes nuevos, bailes, banquetes… Y todo para celebrar que el niño ha pasado de curso, que es su obligación. Porque en este país, y me refiero a España, la educación es obligatoria hasta los 16 años. Me parece bien darle una palmadita en la espalda al niño si aprueba y hasta invitarle al cine, pero montarle una fiesta por cumplir con su deber ya es harina de otro costal. Y, para colmo, no hay límites de edad para las graduaciones. ¡Hasta los niños de biberón se gradúan y tienen su orla! Cuando yo aprobé Derecho, y desde entonces ha llovido bastante, nos juntamos los amigos y nos tomamos unas cervezas. No hubo más, pero tampoco menos. No sé, puestos a celebrar también podríamos organizar una fiesta de ‘suspensos’ para levantar la moral a los afectados.