Buenas, soy Emilio Calatayud. Me cuenta una amiga que tiene un carácter muy ‘bonico’, como decimos aquí en Granada, que el otro día, en el autobús, una anciano que iba con su nieto y al que no conocía de nada, se dirigió a ella y de dijo: «Gracias por sonreir. Así da gusto, que normalmente no se ven más que malas caras». Mi amiga, que también tiene sus procesiones pero procura sobrellevarlas sin cargarlas sobre los demás, le dio las gracias al abuelo y sonrió más todavía. Que nadie se equivoque, no fue un piropo de esos que suelen soltarse a pie de obra. El hombre fue sincero: le reconfortó ver a alguien sonriendo. He tomado nota y voy a procurar sonreir más. Y gracias a los que ya lo hacéis.