Buenas, soy Emilio Calatayud. Hace poco hablábamos de que los piojos, ¡los piojos de nuestra infancia!, se han convertido en un negocio. Pero es que todo es ya un negocio. Me cuenta una madre que no gana para comprarle pantalones a sus hijos. Y me lo explica: desde que los niños españoles empezaron a equipararse en altura a los alemanes -antes éramos muy chicos para Europa- tiene que comprarles pantalones casi cada mes. La razón: la industria ya no hace pantalones con el célebre dobladillo, que se podía meter o alargar a conveniencia. Ahora no llevan ni un centímetro más de tela, así que en cuanto el niño o la niña crecen, que es cada dos por tres, hay que comprarles otros nuevos.
Y, por supuesto, las rodilleras y las coderas para remendar los rotos y alargar la vida de la ropa pasaron a la historia. Es más, ahora te venden los pantalones ya rotos para que los niños no tengan que esforzarse en rasparlos.