Buenas, soy Emilio Calatayud. Decíamos ayer que chocheaba y eso se traduce en que, a veces, me da por contar batallitas de ‘abuelo cebolleta’ -aunque todavía no soy abuelo-. Me viene ahora a la memoria un episodio que me ocurrió en Granada hace ya unos cuantos años. Me iba a ir de vacaciones a Ruidera, Ciudad Real, y fui a sacar dinero a un cajero automático que estaba empotrado en la pared de una oficina bancaria -es que antes usábamos el dinero al contado, no como ahora, que pagamos con el móvil-. Yo había terminado ya y estaba esperando el papelillo que te informa del saldo cuando escuché que se acercaba una moto. Me di la vuelta y me topé con dos enmascarados armados. Uno de ellos entró en la oficina bancaria y el otro se quedó junto a mí… apuntándome. Como había ‘cierta’ tensión, el encapuchado parece que se sintió obligado a decir algo para tranquilizarme y soltó lo siguiente: «Usted quédese quieto, don Emilio, esto es un atraco». Segundos después, salieron pitando. Yo tenía el dinero en la mano, pero no me robaron nada. Como era evidente que parecían conocerme, supongo que serían dos de mis fracasos, pero la verdad es que nunca tuve la certeza. Me consolé pensando en que, aunque eran un criminales, parecían conservar ciertos modales. Eran educados. A mí me trataron de usted.