Buenas, por decir algo,, soy Emilio Calatayud. Una chiquilla de sólo doce años ha muerto de una borrachera en Madrid. Fue en un botellón del último Halloween. Lo sentimos mucho por ella y por su familia. Descanse en paz. ¡Con lo que cuesta criar a un hijo Dios mío, y que se vaya así! Mañana saldrá el sol otra vez, pero no para esa niña ni para sus padres. Ellos saben que tienen una responsabilidad grande en lo ocurrido, pero también han perdido a una hija. No nos podemos poner en su piel. Es un suceso dramático, pero también evitable. Lo que pasa es que, entre todos, hemos fabricado una cadena que acaba por ahogar a los niños, a los más indefensos. ¿Qué estamos haciendo con nuestros niños, porque son niños? ¿Quién vendió el alcohol a los menores? ¿Qué hacían sus amigos mientras ella bebía sin parar? ¿Y los padres de los amigos? ¿Qué hacían las autoridades? ¿Qué hacíamos todos nosotros, la sociedad entera, tolerando un fenómeno como el botellón? En Granada, hasta hace poco, había un sitio público destinado para que los jóvenes bebieran alcohol hasta hartarse? Si las autoridades toleran cosas así, ¿por qué va a ser malo beber hasta caer redondo?
Mañana, como decía antes, saldrá el sol y nos olvidaremos de esa niña. Y seguirá habiendo botellones a los que vayan menores. Pero también seremos muchos los que seguiremos recordando que la edad de inicio en el alcohol sigue bajando peligrosamente y que tenemos que luchar contra la banalización del alcohol. Aunque nos llamen pesados.