Aquí os dejamos una historia que demuestra que, al igual que sucede con el acoso escolar, tratar de tapar la violencia en el seno de las familias para ver si escampa no suele funcionar. Es durísimo denunciar a un hijo, pero a veces es la única solución. «Las víctimas ocultaban el verdadero origen de los moratones. Si acudían al médico, que no era lo normal, porque preferían dejarlo estar, decían que sus lesiones eran producto de un accidente. Esa situación se prolongó durante unos tres años. Para entonces, los perjudicados, una pareja y su hija adolescente, se debatían entre la «impotencia» y el miedo causados por los arrebatos violentos del cuarto integrante de la familia, un joven menor de edad.
No fue necesario celebrar la vista oral del juicio. El chaval reconoció lo hechos».