Buenas, soy Emilio Calatayud. El suicidio de una niña de trece años ha vuelto a poner de actualidad la lacra del acoso escolar. Sobre el caso en concreto no puedo pronunciarme. Dejemos que las fuerzas de seguridad y la justicia hagan su trabajo. En este sentido, lo que queda es solidarizarnos con la familia de la chiquilla y darle nuestro más sentido pésame. No se nos ocurre nada más trágico que perder a una hija que apenas ha empezado a vivir. Ojalá nadie más tenga que pasar por ese trance en ningún sitio.
De lo que sí puedo y quiero hablar es de lo que sé del acoso escolar por mi experiencia como juez de Menores. Pues bien, este problema afecta cada vez más a niños que tienen menos de catorce años, es decir, que aún no han alcanzado la edad para poder ser acusados y juzgados. A todos los efectos son inimputables, lo cual no quiere decir que no se pueda hacer nada: hay que trabajar con ellos y con las familias. Ahora mismo, la franja de edad del acoso oscilaría, en buena parte de los casos, entre los ocho y los doce años. Un dato al respecto: las fiscales de Menores de Granada archivan casi el 50% de las denuncias de acoso escolar que les llegan porque los implicados tenían menos de catorce años.
La cosa suele empezar con un «eres gordo y feo» y puede acabar con agresiones que, inevitablemente, son grabadas y subidas a Internet, lo que añade más gravedad a estas conductas. ¿La solución?: Trabajo y educación. Trabajo dentro de las escuelas para que sean los propios chavales los que arrinconen a los matones y educación para que los matones comprendan que lo verdaderamente feo es acosar a un compañero porque es diferente. Parece una utopía, pero se puede conseguir. En cualquier caso, e independientemente de la edad de los agresores, es bueno poner los hechos en conocimiento de la Fiscalía de Menores para que hablen con los colegios y pongan en marcha estrategias para prevenir el acoso. Ánimo, que de esto se sale.