Buenas, soy Emilio Calatayud. El otro día, Carlos entrevistó a una psicóloga de la Asociación contra el Cáncer de Granada, que es un asunto que, por razones que todos conocéis, me interesa especialmente. La entrevista empezaba con esta frase «El cáncer también viaja en patera» y, a continuación, la experta contaba la historia de un joven inmigrante que llegó a Granada muy enfermo. Ingresó en un centro de protección de menores y, poco después, se descubrió que, además de varias infecciones, padecía un cáncer grave. Aunque en la entrevista no aparecía, Carlos me contó que al joven tuvieron que amputarle un brazo, pero hoy está relativamente bien. Varias oenegés colaboraron para que este chico, que no tenía papeles, fuera atendido. Pero si hubo alguien que puso especial empeño en que el chico fuera tratado fue el educador del centro de protección en el que estaba. Le salvó la vida. Ayer nos acordábamos de los educadores de los centros de internamiento, y hoy nos acordamos de los que trabajan en los de protección, que también realizan una labor impecable.
Y su trabajo no siempre es fácil. Los chavales, la mayoría son morillos -y lo digo con todo cariño, es que hay a quien esta expresión les parece políticamente incorrecta- y algunos de ellos suelen dar problemas. Yo he condenado a unos cuantos. Primero, por portarse mal con los que lo único que les dan es cariño y, segundo, porque casi todos son del Barça y yo del Real Madríd, ja, ja, ja.
Por cierto, suelo condenarlos a aprender español.