Buenas, soy Emilio Calatayud. Ayer, cuando conté que me había reencontrado con el primer chico al que condené a aprender a leer y escribir, se me olvidó un detalla importante: aquel muchacho, y aunque había estado en la escuela, era un analfabeto, cierto, pero sí sabía lo que era trabajar a destajo en el campo. Y tenía quince años. No era un ‘ni-ni’ de esos que viven de la sopa boba y que no quieren hacer nada porque no les da la gana.
Eso sí, como nuestro chaval no sabía sumar, le engañaban, además de con el horaria, con el sueldo.