Buenas, soy Emilio Calatayud. El otro día me reencontré con el primer niño al que condene a aprender a leer y escribir. Fue una inesperada y feliz sorpresa. Evidentemente, ya no es un niño. Es un hombre y tiene hijos. Al principio no le conocí, pero él a mí sí. Vino hacía mí y me dijo: «Don Emilio, ¡cuántas veces me he acordado de usted!». Como puse cara de extrañeza porque no caía, me dijo su mote y entonces supe que era él, aquel chaval que no sabía hacer la ‘0’ con un canuto con 15 ó 16 años. Cumplió la condena: en el tribunal, leyó un párrafo, escribió una frase e hizo unas sumas. Todos nos emocionamos.
También me emocioné el otro día, cuando el reencuentro. Me dijo que la vida le ha ido relativamente bien, que era albañil y había trabajado por media España. «Si es que eras muy listo, siempre fuiste muy listo», le dije. Nos despedimos con un abrazo.
Estas son las medallas de las que estoy más orgulloso.