Para ser un buen juez, como para ser un buen médico o buen obrero de la construcción, hay que ser buena persona. Eso es lo primero. Luego hay que ser honesto. Sobre todo, contigo mismo. Y tener los pies sobre la tierra, pisar la tierra. Al principio, el poder que conlleva ser juez puede hacer que te creas que eres Dios. Ese peligro existe, porque un juez puede decidir sobre la libertad de una persona y eso te sube mucho. Pero también es muy duro «jugar» con la libertad. Así que hay que aterrizar.