Buenas, soy Emilio Calatayud. El otro día me contaron una historia de dos abuelas de 90 años que me encantó. Todos los días se juntan para jugar a las cartas. Reparten los naipes, los miran e, inmediatamente, las dos se quedan dormidas. Una hora después o así, se despiertan, recogen las cartas y cada una a su casa. Siempre ganan las dos.
Lo he dicho un montón de veces: si no fuera juez de menores, me gustaría ser juez de abuelos. Es una especialidad que no existe, pero que debería existir. Supongo que esta vocación tendrá que ver con el hecho de que me estoy haciendo viejo, valga la redundancia. El caso es que los abuelos tienen problemas que no se parecen a los del resto de mortales (maltrato, abandono, herencia, incapacidad, cuidado de los nietos…) y que merecerían un trato diferenciado. Yo disfruto escuchando a la gente mayor. Y viéndoles jugar a las cartas, ja, ja, ja.