Buenas, soy Emilio Calatayud. Cuando era niño, y además de tímido para los estudios, era bastante travieso. En una ocasión, en Ruidera (Ciudad Real), mis amiguetes y yo nos metimos para explorar en una casa de veraneo que en aquel momento estaba vacía. O sea, que cometimos un delito y nos castigaron por ello (nuestros padres nos juzgaron y condenaron, y no hubo abogado defensor ni falta que hacía). Pues bien, muchos años después, tuve que juzgar a cuatro o cinco chavales que habían hecho lo mismo: entrar en una casa ajena. Sus padres estaban locos porque les metiera una buena condena. Pero al tenerlos delante, me acordé de mi aventura de infancia y les dije: «Tranquilos, lo más que os puede pasar es que lleguéis a ser jueces de Menores como yo», ja, ja, ja. Eso sí, les condené.
Otro me dijo, y ya lo he contado más veces, «no me condene usted a estudiar porque puedo llegar a ser ministro de algo». Y el ‘jodío’ llevaba razón.