Buenas, soy Emilio Calatayud. Motivar, en principio, está bien. Supongamos que una persona está convaleciente de una enfermedad, pues igual hay que motivarla para que vuelva a la normalidad cuanto antes. Supongamos que alguien ha sufrido un revés del tipo que sea (laboral, económico, etc), pues igual la motivación si está indicada, pero sin pasarse, que la gente tiene derecho a quejarse y a deprimirse.
Pero motivar a alguien, por ejemplo, a un hijo, para que cumpla un deber no es una buena idea. Los niños tienen que ir al colegio porque es su obligación y punto. Nadie viene a motivar a los padres cuando se levantan por la mañana para preparar el desayuno a los niños. Ni tampoco cuando se van a la oficina o a la obra a ganarse el pan con el sudor de sus frentes. Habrá días que lo hagan más contentos y otros menos, pero eso es lo normal. Es el problema de las obligaciones, que son obligatorias. No creo que haya que motivar a nadie para que ejerza un derecho, lo hace y punto. Pues con los deberes, lo mismo. Todo esto viene a que alguna vez he escuchado cosas como estas: «Mi hijo no ayuda en casa porque dice que le falta motivación», ¡Anda ya!