Cuando los de mi generación íbamos a la escuela, la llegada del maestro a clase era como la entrada de un emperador en una ciudad conquistada: «‘Tos en pie, recias las fillas, palmeta, mano extendida que llega don José…». Pues de aquel ambiente marcial, casi de campo de concentración, pasamos a que el maestro se convirtió en el colega don Pepillo, y a veces, ni eso. ¿Es normal un giro así? Pues no. A eso me refiero cuando digo que los españoles no tenemos término medio. El maestro no puede ser un tirano (entre otras cosas, porque ahora lo meterían en la cárcel), pero tampoco un colega. Y una madre o un padre, menos todavía.