Buenas, soy Emilio Calatayud. Se llama Pablo, es ‘granaíno’ y licenciado en Psicología. Este pasado verano ha viajado al Líbano, un país siempre en conflicto, para dar clases a niños musulmanes que malviven en un gigantesco campo de refugiados. Le ha enganchado tanto la experiencia que quiere quedarse un año más. ¿Por qué lo hace? Porque sí, porque le gusta ayudar. No ve un duro. El viaje se lo pagó su padre.
Pues bien, en España hay miles de ‘Pablos’, jóvenes que, cuando acaban sus estudios, deciden echar una mano a gente que lo está pasando fatal. Estos ‘Pablos’ también son marca España, pero su labor pasa desapercibida.
Cuando vuelven a su país, se encuentran con que sus compañeros que se quedaron aquí tienen más títulos que ellos y puede que hasta un trabajo. No son ‘competitivos’ en términos puramente materiales, claro. Puede que hasta alguien les diga que han perdido el tiempo.
Aunque ellos saben que no, que lo han ganado, no estaría de más que el Estado o las universidades o quien sea les den un máster oficial de buenas personas -o sea, que cuente en su currículum académico- a los estudiantes que dedican una parte de sus vidas a ayudar a los demás. Es una idea. ¿O acaso es más valioso un trabajo de de presunta investigación de cuarenta o 300 folios que dar clases a niños refugiados?