Buenas, soy Emilio Calatayud. No voy de profeta ni de adivino, pero creo que llegará un día, y será más pronto que tarde, en que nuestros hijos nos echarán en cara que les comprásemos móviles con conexión a Internet. Si a nosotros nos da cosa ver las fotos (las pocas fotos, hay que precisar) que nos hacíamos cuando éramos adolescentes, no hay que ser un lince para imaginar lo que pensarán nuestros niños cuando crezcan y vean los vídeos que se graban a todas horas y que comparten con todo el mundo.
Estoy convencido, de hecho, ya está pasando, que vamos a pasar de vender nuestra intimidad a raudales a preservarla a toda costa. Somos de extremos. Pasamos de dirigirnos al maestro siempre con el Don por delante, a considerarlo un colega más. Y así nos va.
Pero la triste realidad es que lo hecho, hecho está. Y eso no hay quien lo borre. Ni derecho al olvido ni ‘ná’: la única garantía es no grabarse.