Buenas, soy Emilio Calatayud. Hace ya muchos años que condené por primera vez a un chaval a aprender a leer y escribir. Lo triste es que todavía sigo haciéndolo, pero esa es otra historia. De aquella primera vez recuerdo, sobre todo, la emoción que nos produjo comprobar que el niño había dejado atrás, todavía tímidamente, el analfabetismo. En la sala, delante de los técnicos, las fiscales y un servidor, hizo una suma, escribió unas letras, leyó un párrafo y a más de uno se le saltó una lágrima. Condena cumplida.
Eso también es la justicia.