Buenas, soy Emilio Calatayud. Aquí os dejo una carta que me ha llegado dentro. La escribe María Schreiber y el destinatario es su abuelo fallecido. Es la mejor manera de celebrar el Día de todos los Santos: con amor.
«Máquina del tiempo;
puse el reloj en fecha conocida, marcha atrás y ni miro el presente que dejo,
veo la misma casa de siempre y corro la calle de piedras cuesta abajo hasta llegar a tu puerta, la de madera, de espaldas la Alhambra se asoma y mi mano ya ha tocado la madera, se asoma y sonríe al verme, ¡que alegría! dice una de las mujeres de mi vida. Subo las escaleras y, tras abrazarla, entro en la casa, y ahí estás, sentado en tu sillón viendo la televisión, no me atrevo a interrumpir tu momento, porque para mi el verte nunca tuvo precio. Giras la cabeza y la sonrisa aparece, no puedo evitar llorar al ver al hombre que más paz me da. Hace mucho tiempo que no te veo, hace tiempo que tu voz me falta, me siento en el suelo y disfruto cada sílaba que sale de ti, y me cantas, y veo tus manos moviéndose al son de tu voz, te añoro mas de lo que pensaba y me queda toda la vida para quererte más de lo que tú lo llegaste a hacer.
Y ella que sigue llamándome para preguntarme sobre el día,
y ella que es una guerrera y sigue, solamente sigue,
y tú que ya no estás,
y la falta que me hace el llamarte,
y el hablarte,
y el saber que sigues en la casa de siempre, con tu gente, con tu querer y tu saber,
volvería a esta fecha cada día de toda mi vida».