Mario Draghi. Presidente del BCE
Las últimas medidas adoptadas por el BCE no son bien recibidas por un mercado que ya no confía en la política monetaria expansiva. :: AGENCIAS

Volvió a hablar Mario Draghi y esta vez, como en otras ocasiones, anunció un nuevo paquete de medidas con objeto de estimular el crecimiento de la economía y combatir la amenaza de la deflación en la zona Euro. Por primera vez en la historia de la Unión, bajo el tipo de interés a cero, amplió el programa de compra de deuda hasta ochenta mil millones de euros, y facilitó más liquidez a la banca para que concedan más créditos a las empresas y las familias. En resumen, hizo “lo que haga falta” para inundar el mercado de liquidez y evitar la recesión. A pesar de toda esta artillería de estímulos monetarios, los agentes económicos desconfían que estas medidas por sí solas sean efectivas y de ahí el que si bien las bolsas reaccionaran al alza, al leer la letra chica, se vinieran nuevamente abajo. Pero, ¿por qué no es suficiente toda esta ingente cantidad de dinero para crecer?

Voy a tratar de explicarlo con un ejemplo de la vida real, de la economía de andar por casa que tanto conocemos y para ello os voy a presentar a mi amigo Juan, un trabajador por cuenta ajena que trata de llegar a fin de mes sin la cuenta al descubierto. Nada fácil para él que ya no se acuerda de cuando fue la última vez que le subieron el sueldo. De momento no se queja. Con el paro que hay y las precarias condiciones en las que han entrado sus últimos compañeros, casi que se siente un privilegiado por tirar para adelante y pagar la hipoteca de una vivienda que vale bastante menos que cuando la compró.

Y es que Juan, como tantos hijos del baby boom y de la burbuja inmobiliaria, se hipotecó hasta las cejas pensando que era la mejor inversión de su vida. A fin de cuentas, vivir de alquiler era tirar el dinero, y la vivienda, como todos sabían, siempre sube. Sin embargo, la burbuja reventó y con ella llegó la crisis; los despidos, impagos, desahucios, recortes, precariedad… y para colmo, la deflación. Una combinación perfecta para convertir cualquier deuda en una losa insoportable por muchos años.

Hoy a Juan le ha llamado Xabier, el director de su sucursal bancaria. Quería informarle de las ventajas de un préstamo por tener su nómina domiciliada. Xabier sabe que el coche de Juan le queda un par de cambios de ruedas y aprovechó la ocasión para sugerirle que no había problema alguno en concederle hasta veinticinco mil euros con las mejores condiciones para cuando llegara el momento de reemplazarlo. Pero no. Juan no se deja persuadir fácilmente. Le gustaría cambiar de vehículo, pero ha aprendido lo difícil que resulta pagar su hipoteca y lo frágil que es el mercado laboral, así que seguirá con su coche hasta que éste no aguante un kilómetro más. Xabier tacha a Juan de su escueta lista de candidatos a recibir un préstamo. No le salen los números. De hecho, como a tantos compañeros que han quedado en el camino, hace muchos meses que ya no cumple objetivos. Teme por su empleo, justo ahora que su entidad parece remontar la crisis gracias a la tremenda liquidez que recibe del Banco Central Europeo.

Éste es el problema. Bancos desbordados de liquidez que no son capaces de conceder créditos porque las empresas y las familias están sobreendeudadas. De nada sirve seguir echando fuego a la leña si esta sigue mojada. Así que, primero habrá que empezar por reducir esa deuda, tanto pública, (100 % del PIB), como privada, (300 % del PIB); y después habrá tiempo de ver si un exceso de liquidez estimula o no a la economía. Desde luego que como se está haciendo ahora, va a ser difícil recuperar el crecimiento económico. El BCE ya ha hecho todo lo que podía hacer. Ahora es el turno de los políticos, de tomar decisiones y medidas que sequen la leña. ¿Estarán a la altura?

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