Theresa May, primera ministra de RU
Theresa May durante el anuncio de las elecciones anticipadas para el 8 de junio en Reino Unido. :: AGENCIAS

Hace tiempo que tengo la sensación de que en el Reino Unido manda Inglaterra, sin contar con el resto de naciones, Gales, Escocia e Irlanda del Norte. Es como si el pueblo inglés, ampliamente mayoritario, pasara como una arrolladora por el resto de compatriotas, por ser simplemente, mayoría. El último episodio ha tenido lugar esta semana con el ‘inesperado’ adelanto electoral anunciado por la primera ministra, Theresa May. Sin duda un órdago para acabar con cualquier posible resistencia al proceso de desconexión con la Unión Europea, tanto dentro de su partido, como del Parlamento, y cómo no, de los reinos que componen el Reino Unido.

El Brexit ha puesto de relieve las diferencias que desde hace tiempo arrastran los reinos que componen la Unión, y del que los escoceses dieron un primer aviso con el referéndum de independencia celebrado en septiembre de 2014. Es por ello que Theresa May necesite un parlamento unido y fuerte para contentar al pueblo inglés con un Brexit duro que ponga coto a la inmigración; frenar la deriva soberanista de Escocia e Irlanda del Norte; y encontrar una salida digna al atolladero en el que se ha metido con Gibraltar. Está claro que Inglaterra vive de espaldas a sus vecinos que miran a Europa, y que por querer solucionar su problema migratorio, ha creado otros de mayor calado y difícil solución que necesitarán más que nunca, una mano dura en la Cámara de los Lores.

Theresa May busca legitimar en las urnas su apuesta por el Brexit duro

El adelanto electoral era necesario ahora que los sondeos soplan a favor de los intereses de Theresa May. La amplia mayoría que arrojan las encuestas le valdrá para poner orden entre su filas, que recordemos, hasta hace poco defendían junto a David Cameron, la permanencia en Europa, y así allanar el camino del Brexit duro. Le sirve también para legitimar en las urnas su puesto como primera ministra, y por último, debilitar al resto de fuerzas políticas en el Parlamento, en especial, a los nacionalistas del UKIP, cuyas reivindicaciones se diluyen ahora en el programa de los Conservadores. Quedaría por último solventar los problemas identitarios en Escocia e Irlanda del Norte, y cómo no, el escollo de Gibraltar. Territorios que se opusieron a la salida de la Unión Europea por diferentes motivos, y que no dudan en aprovechar la ocasión para dirimir sus reclamaciones territoriales que pasan por seguir dentro de Europa. De hecho, Escocia ya ha aprobado una nueva consulta independentista, mientras que en Irlanda del Norte resurgen con fuerza la unión con su vecina del sur para continuar dentro de Europa.

Mención aparte tiene Gibraltar, que sin decidirlo, se ha visto tremendamente perjudicada por su especial estatuto de colonia británica dentro de Europa. La salida de la metrópolis de la Unión Europea puede perjudicar muy seriamente los intereses de los gibraltareños, que en cierta medida, se sienten traicionados por haber sido los grandes olvidados de este proceso de desconexión. Una decisión inglesa que necesitará elevadas dosis de diplomacia, para evitar despertar viejos fantasmas del pasado, y llevar a buen puerto los intereses a ambos lados de la verja.

Aunque, quién sabe, también podría pasar que las encuestas se equivocasen como recientemente ha ocurrido, y todo esto dé un giro de ciento ochenta grados. Pronto se sabrá.

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