Yo sabía que esto de quedar con alguien para dar un paseo es normal, lo que no sabía que lo que era tan trascendental es dónde quedabas. Y esto te lo digo porque hace unos días quedé con un buen amigo y diseñador, Manuel Agrafojo, y tras hablar cinco minutos por teléfono me dice: «Pues nada, en cinco minutos estoy allí». Y como eso de «en cinco minutos» nos encanta a todos y es más español que la tortilla de patata, pues yo que contesto: «Pues en cinco minutos estaré allí»
¿Y donde es allí?. Tú imagínate una amplia avenida de dos carriles en ambas direcciones y una rotonda; pero una rotonda del capón, como La Maestranza pero con coches dando vueltas. Pues allí y justo en un semáforo espero al colega porque la idea era que pasaba en el vehículo, paraba y me subía.
Pues allí estaba yo esperando en un semáforo, en La Coruña, lloviendo a mares, más que mares, y con un viento que el paraguas se doblaba como… ¿sabes la llama de la estatua de La Libertad? Pues así pero sin fuego. Y con el vendaval que casi me volaba el pelo, cojo de paraguas, lo recompongo casi a patadas mientras oigo los coches pasar «ñiuuummm. ñiummm, ñiummmm».
Y de repente… silencio, los automóviles que se paran, yo pegado al poste del semáforo, el muñequito que se pone verde y los dos conductores de la primera fila que me hacen señas de que puedo pasar. Entonces, yo que disimulo y ellos que tocan la bocina para indicarme que puedo pasar, y yo que no paso y ellos toca que te toca el claxon como si fuera la primera vez que había visto un paso de peatones. Y a todo esto un viento, una lluvia…
Total, que pasan esos primeros coches y nuevamente «ñiummm, ñiummm, ñiummm» y pienso: «Si no llega el colega Agrafojo…». Y en efecto, el Agrafojo que no llega pero quien lo hace es otra tanda de automóviles que se detienen en el semáforo de la megarrotonda. Yo allí solo y otra vez que me hacen señales para que cruce el paso de peatones, que tocan la bocina, que no paran de tocar y… y si te soy sincero, yo a esas alturas yo ya solo veía los limpiaparabrisas de los vehículos haciendo «flaaps flaaps» y deseaba que dos de ellos me pasaran por delante y por detrás desde el pelo hasta los pies y escurrieran todo el agua y lo recogieran en un depósito como un deshumificador. Y entonces, pues los coches que pasan, el Agrafojo que no llega y «¡noooo, otra tanda!».
El problema
Y aquí viene el problema, ¿Qué haría un ser normal empapado hasta los calcetines? Pues un ser normal estaría molesto, enfadado, mosqueado y cabreado.Pues yo no; yo, imbécil Guisande, que veo que vienen otros coches y ya me empiezo a reír pensando otra vez en la mima situación y deseando ya tener un traje de neopreno, con aletas y dos bombonas, no de oxígeno, sino de humo de tabaco, una de rubio y otra de negro por si quiero variar.
Y tras «cinco minutos» llega Agrafojo, abre la puerta del coche, subo y me dice «¿Tomamos un café?» y yo, tititritando digo «sí, sí, sí, sí, caf, caf, café» que aunque lo dije tres veces solo quería uno solo, y me quedé con el punto del solo, no del café, sino que la próxima vez que quiera dar un paseo voy eso, solo, pero solo solo o busco sitio donde quedar pero en una rotonda junto aún semáforo… ni de coña.
PD._ Artículo dedicado a mi buen amigo el diseñador Manuel Agrafojo