Yo estoy seguro de que el instinto criminal nace en las playas, pero seguro. Nada de eso de tener armas en casa, como los americanos, y que como las tienes… pues un día se te da por tirar a un bote, luego a un muñeco y así, a lo bobo, pues ya puestos, te cargas media ciudad para que al final termines diciendo al sheriff: «No… si era para probar si funcionaba esta R7 de mira telescópica». Anda, para ver si funcionaba, para ver si funcionaba… a ti lo que no te funciona es el cerebro, John.
Pero eso en Estados Unidos; aquí el instinto asesino es otra cosa hombre, más de andar por casa, más de arrebato, de un momento, de un instante, de un pronto que le llaman. Aquí estas en la playa tan tranquilo durmiendo la siesta y entonces, por ejemplo, sueñas con una tormenta de arena que te invade y como si recibieras un golpe.
¡¡¡Qué tormenta de arena ni historias, papón!!!. Javito, ese que le faltan cinco dientes acaba de saltar por encima de ti, te ha llenado de arenilla y su colega te ha pegado un raquetazo…. Y es darte cuenta y por dentro te pones, joé como te pones.
Yo sé que no lo dices, y aunque por tu mente pasa ahogarlo o que haga apnea de por vida, te controlas, e incluso cuando viene el padre del imberbe y te pide disculpas pues hasta eres comprensivo.
Y tú, que eres un santo, entonces dices que no pasa nada, que los niños son así, que no tiene importancia, que la chavalería, que tú cuando eras niño… ná, pelillos a la mar; si eso, pelillos a la mar, que si son los del chaval y con ellos va él… mejor que mejor, ¿no?. Sí hombre sí.