La verdad que hay tipos geniales, que cuando ven un problema… ni que fueran ajedrecistas en plan simultáneas, le dan al cerebro e inmediatamente encuentran una solución, como hizo el alcalde de la localidad coruñesa de Oza dos Ríos, Pablo González Cacheiro.
El asunto fue que el regidor comprobó que en su municipio, de unos 5.000 habitantes, había varios extranjeros, pero nunca los veía ni por la calle ni por los bares. Y claro, que no los viera por la calle tenía un pase, pero no verlos en los bares… en los bares… algo grave tenía que pasar, pero que muy grave.
Así que el alcalde se puso a averiguar cuál era la causa de que ni si quiera salieran para tomarse un chupito y comprobó que el problema era que se encontraban un poco solos, tirando a taciturnos, porque la gente del pueblo vivían como una pandilla, se conocen todos, y cuando veían a uno pues pensaban que hacía su vida y no querían inmiscuirse.
Sin embargo, bastó una charla con alguno de ellos para saber que a los extranjeros les gustaría tener una mayor relación con el resto de los vecinos, una mayor comunicación para no sentirse aislados, pero que muchos no se atrevían a dar ese primer paso para terminar en un «Pepe, ponlle aquí al moldavo este un tinto ¡¡ oh !!».
Fue Pablo ser consciente de esto y sin pensárselo dos veces ideó una jornada intercultural si o sí, «o te interculturas o te interculturo, pero por bemoles y como hay Dios que te interculturas como me llamo Pablo», fue lo que debió pensar el alto mando en plaza.
¿Y en qué consistió esa interculturalidad? Pues hizo una llamada a los habitantes en plan todos a sus puestos, los congregó en el pabellón de deportes e hizo una fiesta en la que hubo entrevistas a los extranjeros, los vecinos les preguntaban todo tipo de cuestiones y proyectaron vídeos de las naciones de dónde procedían para que los conocieran más. Vamos, nos les hizo un examen escrito de milagro.
Obviamente, para acabar (dicen las crónicas galaicas) hubo pulpo, sorteo de regalos para los niños, chuches y, lo más importante, tanto los nacidos en el pueblo como los extranjeros comprendieron que lo que les separaba era un absurdo, una bobada en estos tiempos: una falta de comunicación de la que no se habían percatado y ya en el lugar comenzaron a relacionarse, a hablar e intercambiarse teléfonos.
Ahora, el alcalde de Oza dos Ríos espera que los extranjeros salgan más de casa, paseen por el pueblo, vayan a los bares, se tomen chupitos y rechupitos, y que tanto los vecinos como ellos entablen una mayor relación.
En fin, que ya me veo yo al regidor Pablo González Cacheiro congregando de nuevo a extranjeros y vecinos y haciéndoles un examen oral en plan: «Michael Hoffman ¿qué quiere decir “las vas a llevar todas juntas?”», «a ver, tú, Chuchi “¿cómo se dice en belga “para lo que quieras aquí me tienes?”». Y tras darles un aprobado… «¡¡¡hala!!!, vamos a tomar pulpo y el próximo año nos vemos otra vez cuando empiece el curso». El alcalde… un crack.