Si vestir con chándal se ha convertido en tendencia y yo visto con chándal, la cosa está clara: ¡soy tendencia!
Me encantaba el estudio de los silogismos en la asignatura de filosofía, ya que permitían llegar a conclusiones tan peregrinas como la de que yo, el tipo más desastrado de este mundo y de otros universos, conocidos o por conocer, me haya convertido en punta de lanza del estilismo internacional.
Es domingo por la tarde y vengo de votar. Lo he hecho vestido con un chándal. O, mejor dicho, con dos, ya que llevaba los pantalones de uno y la parte de arriba de otro. ¡Para que veáis que yo, esto del chandalismo, me lo tomo muy en serio!
Sé que algunos, y algunas, estáis pensando que esto es impresentable. Y mucho que lo siento, pero es así: yo, los fines de semana, salgo a la calle en chándal. Y no porque vaya a hacer deporte, que conste.
Y aquí entramos en materia. Porque uno de los errores más habituales en que se incurre, cuando se habla del chándal, es pensar que se trata de una prenda deportiva. Y no, oiga. Para nada. En absoluto. El que sostiene semejante pendejada es que no ha hecho deporte en su pajolera vida.
¿Habrá algo más patético que alguien intentando jugar al baloncesto, al fútbol o tan siquiera, alguien que sale a correr en chándal? ¡Por favor! Eso sí que es una cutrez de consideraciones siderales. Se corre en pantalones cortos y camiseta. Técnica, a ser posible. Recuerdo una vez, en mi primera Media Maratón de Motril, que llevé una camiseta de algodón y casi me ahogo en su interior… Pero ésa es otra historia.
O se pone uno unas mallas, una licra. Pero hacer deporte en chándal… ¡por favor! Mantener esa teoría es igual que sostener que unos vaqueros son unos pantalones usados por rudos mozos de campo para marcar reses y cabalgar en territorio abierto.
El chandalismo, por más que les pese a los estilistas, cada vez irá teniendo más auge y predicamento. Porque ponerse un chándal es toda una declaración de principios. Es como ir los viernes a la oficina con Chinos, pero mejor. Quitarte el traje al final de una jornada de trabajo y cambiarlo por el chándal de toda la vida, es mandarle a tu cuerpo y a tu mente el mensaje de que se acabó. Se acabó el currelo, la tensión y los nervios. Al menos, por un rato, por unas horas.
Vestir un chándal es sinónimo de actitud relajada, pero activa. Y eso, hay gente que no lo soporta.
Por eso, cuando llega el fin de semana y salgo de casa para hacer tareas puramente domésticas como comprar el periódico o desayunar en El Madero, me quiero seguir sintiendo igual de relajado y tranquilo que en mi hogar. Y activo. Así que, me pongo el chándal. Y punto. Porque el chándal manda mensajes: estoy relajado, estoy tranquilo. Pero me muevo.
Es verdad que, estéticamente hablando, hay gente a la que el chándal la mata. Pero también es verdad que se ve cada adefesio por ahí que, sin necesidad de vestir un chándal, obliga a mirar hacia otro lado para no hacerse daño en la vista.
¿Es hortera, salir de casa con chándal! Quizá, pero yo creo que los Soprano, en realidad, lo que hacían era matar figuradamente a sus padres mafiosos quitándose esos trajes de enterrador y vistiendo como la gente normal de sus barrios, bloques y entorno. Menos tontería y más cotidianeidad.
En fin. Que lo siento mucho por los guapos, pijos y cools requeteguays. Pero que, hoy, soy tendencia y el chandalismo cotiza al alza.
¿Y las elecciones?
Bien, gracias.
Ya hablamos.
Jesús tendencias Lens
Veamos si los anteriores 25 estábamos tan de moda: 2008, 2009, 2010 y 2011