¡VERGÜENZA DE JUVENTUD!

La columna de hoy de IDEAL surge de un delicioso y nostalgioso paseo…

Al estadio, me refiero. Hace año y medio escribimos en estas páginas este airado artículo denunciando el cierre y el abandono del estadio de la Juventud y su posible conversión en una zona mixta de instalaciones deportivas capitidisminuidas por tiendas, oficinas y bares, en lo que parecía ser un nuevo pelotazo urbanístico destinado a privatizar parte del escaso patrimonio público de los ciudadanos granadinos.

La tarde del domingo, tras la Media Maratón de Granada, cuyo trazado pasaba por las inmediaciones del estadio, pasamos nuevamente por la zona, ya tranquilos y relajados. Aprovechamos para rememorar las muchas vueltas que dimos sobre aquellas calles de atletismo o los partidos de baloncesto que disputábamos en el pabellón cubierto, a los que a veces se unía todo un ex ACB como Antonio Franco. Recordábamos los Memoriales Núñez Blanca y el estilazo del imbatible vallista Edwin Moses, los partidos de tenis de mesa del CajaGRANADA, los largos en la piscina, el frontenis, las cervezas en su terracita… Nos encaramamos a los muros que circundan esa vergonzante ruina y lo vimos todo lleno de cascajo y malas hierbas, cayéndose a pedazos. Dimos la vuelta a la manzana, con ganas de llorar: las puertas tapiadas, llenas de pintadas asquerosas, y los cristales de las ventanas destrozados a pedradas.

Al llegar a casa, quiso la casualidad que tuviese en la bandeja de entrada un mensaje de Juanje, buen amigo y devoto de la música, en que hacía referencia a ese despojo urbanístico, pero desde otro punto de vista: “allí tocaron Miles Davis, Tete Montoliú, y Oscar Peterson. ¡Y hasta Triana! Seguro que todavía resuenan sus espíritus por las inmediaciones”. Efectivamente. Y seguro que se retuercen, gimen y lloran. De pena, rabia e impotencia.

Aproveché la ocasión para volver a ver una de las películas de Juan José Campanella, “Luna de Avellaneda”, que cuenta la agonía de esos antiguos clubes sociales que contribuyeron a conformar la personalidad de miles y miles de argentinos, piedras angulares de su educación física, musical y sentimental. Una película en la que el personaje interpretado por Ricardo Darín lucha a brazo partido por reflotarlo e impedir que acabara convertido en un lugar chic, rodeado de tiendas de diseño ultracool, oficinas y demás locales etéreos de la posmodernidad especulativa. Al final lo conseguía, claro, con el apoyo de la gente del barrio. Pero hablamos de una película.

La realidad granadina es más prosaica, fría y desagradable. Años y años después de su cierre, el estadio de la Juventud sigue convertido en un estercolero. Y nada hace presagiar que vaya a dejar de serlo, a corto plazo. Cuando se habla de la riqueza o la pobreza de una sociedad, ¿cómo valorar lo que supone tener cerrado y pudriéndose lugares emblemáticos y señeros de una ciudad? ¿Por qué no nos movilizamos ante indignos atropellos como éste?

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.