Asunto complejo y peliagudo el de la megaplanta fotovoltaica de Baza y Caniles. Leí la pieza periodística de Yenalia Huertas y José Utrera (AQUÍ la tienen) muy despacio y pasé un par de horas buscando más información en la red. Como seguía sin saber qué pensar, me fui a dar una vuelta por un Zaidín que, tras un par de días de tregua climática, vuelve a cocerse bajo el sol de agosto, que para algo es verano.
La Zona Norte de la provincia de Granada dispone de tantas horas anuales de sol que parece lógico y sensato que se quieran aprovechar para generar energía limpia. Invoco todo lo que ya sabemos sobre emisiones de CO2, cambio climático y transición energética para ahorrarles la monserga. También apelo al mantra de la creación de puestos de trabajo, directos e indirectos, y la generación de riqueza. Súmenlos a un lado de la balanza.
En el otro, pongan las más de mil alegaciones contra el proyecto Ququima de la empresa Capital Energy recibidas en el ayuntamiento de Caniles, buena prueba de la magnitud de las dudas que suscita el proyecto. Insisto, lean la información de ayer de IDEAL para ponerse en situación. Hay que recordar, además, que en la comarca de Baza también está prevista la instalación de 11 parques eólicos.
Una de las quejas más importantes contra la proliferación de estas infraestructuras, más allá del controvertido impacto paisajístico y la posible afección al Geoparque, es que ponen en jaque las inversiones hechas en agricultura, tanto en regadíos como en invernaderos. A la larga, dicen los críticos, apostarlo todo a las energías renovables destruiría puestos de trabajo y favorecería la despoblación y la desertización, terráquea y humana.
La gran duda que a mí me surge es si existe algo parecido a una planificación en todo esto o si cada empresa hace la guerra por su cuenta. El alcalde de Baza se muestra voluntarista, apelando al trabajo conjunto y al entendimiento entre los sectores energéticos, turísticos y agrícolas. La alcaldesa de Caniles, más combativa, ha descrito gráficamente el embrollo: “serían 700 hectáreas cargadas de espejos”.
Le pregunto a Google que cuánto son 700 hectáreas divididas en campos de fútbol, unidad de medida habitualmente utilizada para que seamos capaces de visualizar estas dimensiones en nuestra cabeza, y deduzco que tirando a 1000. “Mucha tela”, pienso. Pero me siento incapaz de ir más allá. Insisto: ¿Hay alguien con criterio y mando en plaza reflexionando sobre todo eso?
Jesús Lens