Que la última película de Gracia Querejeta tenga título de condena carcelaria no es casualidad. “15 años y un día” alude tanto a la edad del protagonista de la cinta, Jon, un adolescente más coñazo que problemático; como a la pena que su actitud displicente, contestataria e insoportable supone para su atribulada madre, una Maribel Verdú que, no nos cansamos de repetir y como los buenos vinos, mejora con la edad.
Al niño, a Jon, al pollo, al jovenzuelo… la verdad es que dan ganas de darle una buena mascá desde que empieza la película. Por otro lado, tampoco hace nada lo suficientemente grave o repulsivo como para ganarse las antipatías del espectador.
Y ahí radica el gran logro del guion y la brillantez de la puesta en escena de una película para nada fácil o sencilla: en la alquimia conseguida en torno a ese Jon que es tierno y adorable a ratos y literalmente ajusticiable un momento después. ¡Como la vida misma! Porque Jon es él, sus circunstancias y sus contradicciones. Solo que su madre no puede con él. Y decide mandarlo con Max, el abuelo. Un tipo serio, adusto y estricto, antiguo militar destinado en los Balcanes, que tratará de meter al muchacho en vereda.
Y justo cuando uno podía pensar que la película se deslizaría por terrenos cercanos al Clint Eastwood de “El sargento de hierro”, de acuerdo con la célebre máxima confuciana de que “La violencia nunca es la solución a los problemas, pero una hostia a tiempo te pone en camino”; nos encontramos con que Max, maravillosamente interpretado por Tito Valverde, es tanto o más vulnerable que Jon.
Lástima que, pasada la mitad de la película, cuando la historia da un giro copernicano y la familia se ve obligada a reunirse, el ritmo de la narración pegue un bajonazo y el intimismo de determinadas secuencias se convierta en aburrimiento. ¡Muy difícil, huir de determinados lugares comunes, pero las secuencias de hospital parecen siempre cortadas por el mismo patrón! Eso sí, la charla entre el personaje de la madre y el de la policía es impagable.
“15 años y un día” es una de esas películas españolas pequeñas e intimistas que cuentan una historia de aquí y de ahora. Un pequeño bocado de realidad que se centra en unos personajes sencillos y de andar por casa, en sus cuitas y circunstancias, en el momento vital por el que atraviesan.
Sin aspavientos, sin grandes y melodramáticos discursos, a través de una dirección serena y pausada, Gracia Querejeta ha filmado una película que se ve con agrado y que deja buen sabor de boca, cuyo final resulta muy emocionante, pero que será recordada, sobre todo, por la dedicatoria final: “A mi padre”
Más que merecida.
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