Dejamos una entrada diferente en el Proyecto Florens, unas palabras que José Antonio y yo hacemos nuestras, que contienen sensaciones compartidas que, esperemos, sean de vuestro agrado.
Escribir es la manera más profunda de leer la vida. Francisco Umbral. Escritor español.
El deporte no forja el carácter, lo pone de manifiesto. Heywood Hale Broun. Periodista deportivo y escritor estadounidense.
Dedicado José Antonio Flores. Hombre de acción, hombre de reflexión.
Considera uno que la creación literaria, como cualquier otra actividad del ser humano, es un proceso largo y exigente, arduo y complejo, pero a la vez, profundamente satisfactorio. Y al que, además, conviene quitar hierro y sacarle de encima esa especie de sambenito cultureta que tanto lastra al acto de escribir. Podríamos decir, tirando de la mayor simplicidad, que empezar a escribir es como ser un gordo. Como un tipo que contempla en el espejo sus kilos de más y decide que ha llegado el momento de poner fin a su obesidad.
En un momento
dado, como escritor vocacional, decides que, además de escribir en tus diarios, en tus cuadernos íntimos o en tus correos electrónicos, quieres dar salida a tu creatividad por medio de la escritura. Estás harto de que tus ínfulas literarias queden para unos informes comerciales bien redactados o en memorándums administrativos más fríos que el Ártico en pleno invierno. Pero ¿cómo empezar?
Lo mismo le pasa a nuestro obeso amigo. Sólo pensar que ha de ponerse un chándal le da urticaria. Pero el desafío está ahí. Y un buen día, se calza las zapatillas de deporte y se echa al camino. Comienza a trotar y cuesta, vaya que si cuesta. Se sofoca, se angustia, se asfixia… y piensa que aquello no tiene sentido. Le adelantan los cuarentones musculosos, los treinteañeros fibrosos y los espigados jovencitos llenos de espinillas. Es duro. Joder, si es duro. Pero, de repente, uno de esos atletas con los que se cruza y que parecen correr más rápido que el AVE, le guiña un ojo, le echa una mirada de complicidad y comprensión, le manda un gesto amable. Y nuestro hombre, aunque sabe que hasta un niño de pecho podría ganarle en una carrera, se siente bien. Se siente bien consigo mismo.
Y eso le pasa al escritor vocacional. Las diez primeras palabras que pones juntas, te parecen ridículas y estúpidas, que no combinan, que no tienen sentido y que nada transmiten. El fondo es aburrido, manido y absurdo. La forma, afectada, cursi e incorrecta. Pero bueno. Te obligas. Sigues obligándote.
La mañana siguiente es terrible. Las agujetas son tan brutales que nuestro hombre apenas se puede levantar de la cama. ¿Hay tantos músculos en el cuerpo? Bueno, a medida que el cuerpo va entrando en calor, los dolores bajan de intensidad. No hay excusa: chándal, zapatillas y a correr. El deporte se va convirtiendo, poco a poco, en una rutina. Y, eso sí, ¡los resultados son brillantes! Para poco que ha hecho, la báscula es generosa. Normal. Los resultados son abrumadores. Cada día corre un poco más rápido y cada día pesa un poco menos. Partiendo desde lo más bajo, por poco que se asciende, da vértigo.
Por eso, cuando los amigos y conocidos leen lo que les mandas, te hacen comentarios, y te dan su opinión; cuando te dedican algo de su tiempo, empiezas a ganar confianza. Después de todo, quizá el fondo no es tan soso ni la forma tan pretenciosa. Te atreves a escribir sobre las cosas que conoces, las películas que ves o los libros que lees, pero también te adentras en universos imaginarios. Inventas historias y personajes y ves cómo, poco a poco, ellas ganan en agilidad y vitalidad, en realismo e interés; y cómo ellos se hacen más humanos, más mayores, más interesantes.
Un día, de repente, nuestro amigo, ya no tan obeso, adelanta al tipo de la camiseta amarilla. Es lo que tiene la constancia. El de amarillo corre un par de días a la semana. Él sale casi a diario, y empieza a recoger los frutos del esfuerzo y la constancia. Lo mejor es que ya no le cuesta salir a correr. Ya no tiene que obligarse. Correr se ha convertido en una necesidad. Como el comer, el dormir o el beber. Más importante incluso, y mucho más satisfactorio. De modo que un día se inscribe para la “X Milla Urbana” de su ciudad. Y vale que no queda ni entre los quinientos primeros, pero lo ha pasado de coña. Así que, al mes siguiente, corre los “Cinco kilómetros de Almuñécar” y al otro los “Diez kilómetros de Isla Cristina”. De hecho, para la temporada siguiente se apunta a correr todas las carreras del Circuito de Fondo de la Diputación. No queda ni rastro de aquella triste morbidez en su cuerpo. Cuando camina por las calles, se ve reflejado en los escaparates de las tiendas y, aunque no es un Adonis ni un Robert Redford, le gusta lo que ve.
Tras los relatos, los cuentos, los sonetos y los versos, hay un gusanillo que te va picando por dentro. No quieres ni pronunciar la palabra en voz alta: novela. Tienes una historia, tienes unos personajes, tienes varias ideas que quieres ensamblar en una narración larga. Sólo de pensarlo te dan mareos. Horas y horas de soledad, de encierro y de angustia te esperan por delante. Pero piensas en ese policía, en esa mujer fatal o en ese bombero que piden a gritos, que exigen y claman por una oportunidad… y no lo puedes evitar, no les puedes dejar en la estacada.
¿Será capaz de terminar la maratón? Qué locura. La maratón. La prueba de entre las pruebas. La más dura y exigente. Pero las piernas llevan tiempo pidiéndoselo. Quieren probarse, quieren aceptar el desafío. ¿Cómo no concederles el deseo? Nuestro amigo, que se ha analizado y estudiado, cronómetro en mano y pulsómetro en el corazón, sabe de qué es capaz. Nunca batirá el récord del mundo. Tampoco tiene dicha pretensión. Para batir un récord has de haber nacido con un talento innato, con un soplo de genialidad que ni miles de horas de entrenamiento podrían suplir. Él no está tocado por los dioses. La Fortuna no le coronará de laurel. No importa. Con acabar la maratón ya se dará por satisfecho. Aunque, bueno, una vez que terminó la de Sevilla en 4.07.10, ya está entrenando para bajar de las tres horas y media en la de Barcelona. Eso sí, los 2.05.00 son inalcanzables, pero ¿qué cuesta soñar? Él, que ahora pesa 77 kilos… joder, si hace unos años pesaba ¡¡ 117 kilos!! Bajar cuarenta kilos sí que era un sueño inalcanzable y… míralo ahora. Mejor no adelantar acontecimientos. Soñar es tan bonito, tan dulce…
Se suele decir que un hombre ha cumplido su misión en este mundo cuando ha plantado un árbol, ha tenido un hijo y ha escrito un libro. Pienso que, entre esos objetivos, debería estar el de terminar una maratón… aunque sea una vez en la vida. Es un buen objetivo.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
8 de Octubre de 2003 / 3 de Marzo de 2008.
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