Una vez escribí que, en nuestro proceso de consolidación democrática, las turistas suecas semidesnudas tuvieron mucha más importancia que las hazañas de tanto y tanto jovenzuelo, corriendo delante de los grises y reuniéndose en interminables asambleas en que se discutía sobre el ser y la nada.
Reconociendo un cierto tono provocativo en la aseveración, estaba auténticamente convencido sobre el fondo de la misma. La normalidad democrática significa aceptar a los otros como son, perder el miedo al cuerpo y admitir al que es diferente. La normalidad democrática supone ser de izquierdas y hablar con los de derechas. Y viceversa. Y, en todo ello, el turismo jugó un papel determinante en una España mojigata, pacata y absolutamente conservadora.
Hace unos meses, Alfonso Guerra “ofreció una lectura desmitificadora de aquel tiempo (la transición) del que fue protagonista, sin que ello resultara contradictorio con sostener que «fue una gesta de la que sentirse orgulloso».
Así, afirmó que «las primeras turistas que llegaron con bikini ayudaron más a la Transición que muchos discurso políticos». No fue una afirmación frívola, sino argumentada en el hecho de que el turismo y la emigración -había entonces casi tres millones de españoles en el extranjero- fueron fenómenos que coadyuvaron poderosamente a «la revolución cultural» que germinó en la sociedad y actuó como palanca del cambio político.”
Uno, que siempre ha admirado a Alfonso Guerra, aunque en su momento fuera políticamente incorrecto decirlo, se alegra especialmente por esta interpretación suya de la Transición, máxime porque la vivió en primera persona. Que eso era lo que me decían muchos críticos: que hablaba de cosas que no conocía, por no haberlas presenciado en vivo y en directo.
Pues mira. Ahí está Alfonso, defendiendo la democracia del bikini.
Y, por eso, sigo manteniendo que pocas cosas más útiles para luchar contra el integrismo religioso que viajar a las zonas del mundo en que éstos proliferan y lucir, con orgullo, una cabellera rubia, un piercing en la ceja, unos abdominales morenos o unas pantorrillas al aire.
No se trata de faltar al respeto a nadie. Ni mucho menos. Se trata de mostrar una actitud personal libre. En algunos momentos puede resultar duro y hasta violento. Como cuando aquel juez le decía a su hijo que le tirara piedras a las dos chicas que tomaban el sol, haciendo top less, en una playa española, antes de llamar a las autoridades para que las arrestaran, por exhibición impúdica. Eso pasaba en España no hace muchos años. No lo olvidemos.
Así que, muchas gracias a Alfonso Guerra por, de una forma tan sencilla y tan clara, explicar cómo la sociología del cuerpo tiene tanta o más importancia que las sociologías ideológicas, filosóficas y económicas.
Una lección memorable.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.