Hace diez años, tal día como hoy, recibí la llamada telefónica más devastadora de mi vida. Trabajaba entonces en la Plaza de Villamena cuando, a media mañana, me avisaron desde la Universidad. Nadie me quiso decir nada, excepto que subiera a Filosofía y Letras lo más rápidamente posible. Hablé con mi hermano, que tampoco entendía nada. Aquello no tenía sentido alguno ya que la única opción lógica para que nos hicieran subir con urgencia a la Facultad, sencillamente, no podía ser. Porque esa mañana, nuestro padre, estaba tan bien como siempre.
Por desgracia, con tanta valentía como honda pesadumbre, Pedro Pablo nos confirmó la noticia. Jesús Lens Tuero había fallecido súbitamente, en plena Facultad.
No soy persona que guste de mirar atrás. Y, cuando una pérdida como ésa te golpea salvaje e inesperadamente, sólo hay un camino: tirar adelante, como los burros. Y eso hicimos en casa. Mirar al frente y continuar con nuestra vida.
Ello no obsta para que, cuando nos encontramos con Miguel Villena, Jesús, Pedro Pablo y el resto de compañeros de nuestro padre, nos dé una enorme alegría fundirnos en un abrazo con quiénes siempre han llevado a gala el considerarse los discípulos del que fuera, en su memento, el catedrático más joven de España, un joven gallego de poco más de veinte años que se vino a una Universidad de Granada en plena efervescencia.
Es un honor hablar con José Vicente Pascual y escucharle contar cómo nuestro padre, cuando era Decano de Filosofía y Letras, ayudaba a los estudiantes detenidos por la policía en la época de la Transición. O leer ese anónimo que los fascistas le mandaron a casa, amenazando con quemarle el coche si seguía permitiendo que los rojos camparan a sus anchas por la Facultad al facilitarles la infraestructura necesaria para que mantuvieran sus asambleas clandestinas y sediciosas.
Aunque no vivamos de recuerdos, no podemos más que sentir un profundo orgullo y una enorme satisfacción cuando pasamos por la extraordinaria librería de la Universidad de Granada, orilla de la Plaza de Isabel La Católica, y vemos en el escaparate el estupendo y generosamente editado volumen de Epieikeia, en el que decenas de compañeros y amigos brindaron un emotivo homenaje a la memoria del profesor Lens Tuero, profesor en el más amplio sentido de la expresión, que disfrutaba con la filología griega, pero que descubrió a los Americanistas y no pudo sustraerse a su poderoso influjo, que amaba “2001. Una odisea del espacio” y “Los centauros del desierto” con la misma desaforada pasión con que escuchaba todas las óperas del mundo.
John Wayne, los Centauros y nuestro padre, siempre unidos en nuestra memoria
En los últimos años, una de las actividades que más satisfacciones le proporcionaba era dar clases de cultura española a los jóvenes extranjeros que cursaban estudios en el Centro de Lenguas Modernas de la Universidad granadina. Nos volvía locos, a mi hermano y a mí, para que le localizáramos imágenes y sonidos de cante flamenco, toros, pintura, cine, etcétera. Por eso, el día en que le dedicaron un Aula en dicho Centro fue uno de los más emotivos para nuestra madre, que sabía lo mucho que disfrutó en aquel lugar, dando clases a estudiantes de medio mundo.
Han pasado diez años. Ya. Sólo. Diez años en los que tantas y tantas cosas nos han pasado. Diez años intensos, con sus luces y sus sombras. Diez años repletos de acontecimientos de los que nos hubiera gustado que nuestro padre hubiera sido partícipe y testigo. Por desgracia, las circunstancias de la vida no lo dispusieron así. Pero siempre nos queda la íntima satisfacción de saber que muchas de las cosas que nos han pasado a lo largo de este tiempo se las seguimos debiendo a un hombre sabio y bueno cuya huella sigue permaneciendo viva.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
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