Al final, de la reforma universitaria, lo que más está trascendiendo en Granada es lo de los perros pulgosos, el encierro en las aulas liberadas -de higiene -y los enfrentamientos entre los estudiantes y el rectorado. En IDEAL, sin embargo, se vienen publicando una interesante serie de artículos sobre la cuestión boloñesa que ha puesto en punto de ebullición la parte más gallega de mi sangre.
Se dice que los gallegos, cuando tercian en una discusión, sostienen lo siguiente: “usted tiene la razón, pero al otro no le falta”. Y es lo que, me parece, pasa con esta historia. Entre los momentos más frustrantes de mi vida está aquél en que, por primera vez, entré en el despacho del letrado Eduardo Alcalde, a título de aspirante a pasante. Había terminado mi carrera de Derecho y quería ser abogado. Estuvimos charlando un rato y, casi sobre la marcha, Eduardo me puso en las manos un expediente. Un caso. Allí había demandas, contestaciones, reconvenciones, interrogatorios de preguntas, pliegos de posiciones… y todo ello me pareció un arcano indescifrable.
Sinceramente, para aspirar a convertirme en abogado, la carrera de Derecho parecía haberme servido de muy poco. Así, los profesores de los que guardo mejor recuerdo son los que nos invitaron a pensar por nosotros mismos, a razonar y a investigar. “El derecho hay que conocerlo, no recordarlo”, nos decía uno de ellos, en la antítesis de tanto altavoz parlante que se limitaba a dictar apuntes en clase.
Por desgracia, decir que la Universidad española es una fábrica de parados suena a tópico… que se acerca, y bastante, a la realidad. Por eso, llevar la Universidad a la calle, buscarle una dimensión más práctica y conseguir que los estudiantes, al salir de su facultad, no sean bichos raros, parece una reclamación con bastante lógica y sensata.
Sostienen los críticos de Bolonia, sin embargo, que las nuevas licenciaturas sólo buscan formar trabajadores prestos a incorporarse a los engranajes de un sistema ferozmente capitalista. En vez de contribuir a la formación de ciudadanos críticos e independientes, la nueva Universidad será una fábrica de producción en serie de currantes con orejeras, clónicos, sin alma ni personalidad.
Está claro que el modelo de Universidad arcaica de encerado, apuntes y lecciones magistrales no tiene sentido y que es urgente una actualización a los requerimientos de una sociedad avanzada como la del siglo XXI. Pero tampoco es razonable que los estudiantes terminen sus ciclos formativos superiores convertidos únicamente en carne de multinacional, traje, corbata y gomina.
Si hacemos caso de las enconadas posturas de unos y otros, parece que del cielo vayamos encaminados al infierno. O viceversa. Sin embargo, que los alumnos apulgarados amenacen a un Rector o propugnar que la Universidad siga siendo una fábrica de analfabetos funcionales, es inadmisible. Convertir las aulas en centros de formación de las empresas, también. Imagino que entre ambos extremos, siempre fanáticamente radicales, habrá un punto de convergencia. ¿O no?
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Jesús Lens Espinosa de los Monteros.