LA LÁMPARA DE ALADINO

Hay que tener cuidado y no dejarse llevar por las primeras impresiones. Leí que Luis Sepúlveda había vuelto al escaparate editorial con un libro de cuentos sobre la Amazonia y la Patagonia y anoté el título, rápidamente, como uno de los tesoros a localizar con la mayor celeridad posible.


Porque algunas de las narraciones del autor chileno, afincado en Gijón, están entre mis favoritas, de “Mundo del fin del mundo” a “Nombre de torero”. Y porque la Patagonia, para mí, es uno de esos territorios míticos que alguna vez conoceré en primera persona, pero con los que, literaria y cinematográficamente, mantengo un idilio ininterrumpido desde tiempos inmemoriales.


Quiso la casualidad que, en el aeropuerto, y después de facturar por error el libro que tenía pensado leer durante el vuelo, encontrara “La lámpara de Aladino”, recién publicado por Tusquets.


Lo compré y, a bordo del avión, me sumergí en los primeros relatos del tesoro recién encontrado. Y la cosa empezó mejor que bien con “La porfiada llamita de la suerte”, radicada en los mencionados territorios patagónicos y protagonizada por uno de esos personajes propios del realismo mágico más atractivo y sugerente.


Me encantó el juego espacio-temporal y la capacidad de seducción, ucrónica e imposible, de “Café Miramar”, dedicado a la memoria de Naguib Mahfuz y, a través de “Hotel Z”, me trasladé a ese otro espacio desmesurado, feraz, salvaje y loco que es la selva amazónica, con esos árboles que, pura vida, se cuelan por cada rincón de las construcciones humanas. Una naturaleza indomeñable, incontrolable, ingobernable.

La mejor de todas las historias de este libro, por su calado humano y su capacidad de emoción es, posiblemente, “Historia mínima”, desbordante de sutileza y ternura, generosidad y vocación humanista y universalista.

A partir de ahí, sin embargo, página setenta del libro, “La lámpara de Aladino” parece empezar a perder aceite y su llama va menguando para brillar cada vez con menos intensidad. Sinceramente, parece que Sepúlveda haya rescatado algunos relatos de juventud para completar un mínimo de páginas que permitieran a la editorial publicar el libro. Cositas como “¡Ding-dong, ding-dong, son las cosas del amor!” resultan ridículas hasta alcanzar cotas insospechadas.

En “La isla” no se transmite ni un ápice de la emoción que supuestamente requiere el relato y la narración criminal “El ángel vengador” tampoco me engancha lo más mínimo. Sí me gusta el relato hiperbreve titulado “El árbol” y ni siquiera ese último cuento que da título a esta desigual obra, “La lámpara de Aladino”, te deja buen sabor de boca.

Un libro, pues, que va de más a menos y que, eso sí, tiene una fotografía de portada de lo más llamativo, con ese humo en forma de genio que sale de la chimenea de la locomotora de un trenecito, el Patagonia Chu Chú, que tan bien nos contara el gran Raúl Argemí. Una fotografía de Daniel Mordzinski que va como anillo al dedo a los primeros cuentos pero que, después, pierde su capacidad de empuje y su efecto de arrastre.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CARTAS AL DIRECTOR

Aunque llevo varios años escribiendo en IDEAL, apenas nadie ha “contestado” a mis artículos y columnas. Lo que, la verdad, te da una cierta tranquilidad.

Mi hermano me dijo, sin embargo, que este domingo había una Carta al Director en que me interpelaban por mi columna del viernes, la tan traída Manda Crisis.

Les dejo la carta y la respuesta que damos hoy en las páginas del periódico, invitándoles, además, a participar en las dos nuevas encuestas de la margen Derecha, sobre la propia crisis y la carrera presidencial americana. Y a repasar el debate suscitado en «¿La caída del Imperio Amricano?»

¿Cuál es la alternativa total al sistema?
28.09.08 – Miguel Higueras Pérez.

Sr. Director de IDEAL: La crisis económica. Esto es algo que nos preocupa a todos (bueno, quizá no a todos, pero sí a una gran mayoría). En tiempos de crisis las conciencias suelen oscurecerse, contraerse, (valgan estos adjetivos), de una forma negativa, miedosa, al menos así lo entiendo. El miedo, el pánico, nunca benefician a la conciencia (menos aún a la democrática), si consideramos a aquélla como la estructura mental más avanzada de la evolución cerebral humana. En realidad se sabe poco, científicamente hablando, de la conciencia, pero ahí está. Tomar conciencia de las cosas, del mundo que nos rodea, forma parte de la actividad cerebral de los humanos. Alcanzar un nivel de conciencia alto tiene mucho que ver con la cantidad de elementos racionales que podamos manejar. Por ejemplo, si alguien no tiene conciencia, o no sabe racionalizar, sobre qué cosa es la ley de la gravedad, tendrá serios problemas para sobrevivir. Este es un ejemplo extremo, lo sé, pero todo lo que concierne a nuestra supervivencia, básicamente, gira en torno a nuestras decisiones racionales, (¿o no?).

Calificar a una actitud consciente como racional no es tan difícil como algunos la suponen. Quizá porque esos algunos no saben todavía cómo delimitar qué es lo racional de lo irracional. Y ya no me refiero al caso extremo de no tener conciencia de la ley de la gravedad, de las leyes de la física, sino a asuntos relacionados con nuestra capacidad de análisis, de discernimiento, acerca de problemas más complejos como son nuestras relaciones sociales, políticas y económicas.

Al respeto, quisiera referirme a lo escrito por un columnista (iba a decir privilegiado, no sé por qué) de IDEAL, llamado Jesús Lens Espinosa de los Monteros. Dicho columnista escribió un artículo (26-9-2008) titulado ‘Manda crisis’, haciendo referencias, claro está, a la crisis económica, por fin reconocida por nuestro Gobierno. El señor De Los Monteros nos propone al final de su columna que «si en este mundo quedara algo de conciencia social y ardor juvenil, habría hecho que millones de airadas personas se lanzaran a la calle, todos (¿quizá no serían todas?) a una, para poner en jaque el orden establecido que privatiza los beneficios y socializa las pérdidas».

Yo no sé si el ardor juvenil o la ira podrían aportar alguna alternativa al sistema (el capitalista) que, según nuestro columnista, siempre ha excluido y menospreciado a la gente. Me parece muy bien que el señor De Los Monteros apele al ardor juvenil; pero yo le preguntaría esto: ¿El simple ardor juvenil y la ira nos puede proporcionar alguna alternativa al sistema de mercado, con todos sus defectos? ¿Lo piensa así el señor De Los Monteros? Y si así lo piensa, ¿cuál sería la alternativa total al sistema (no apelando a simples reformas con las que yo estaría de acuerdo) que nos propone el articulista, sin excluir a las leyes democráticas? Deseo que me responda, porque yo ignoro esa alternativa total. Y si no me responde, ya sé que el silencio es puro otorgamiento o ignorancia, como la mía antes aludida.


RESPUESTA:

Sr. Director:

En respuesta a la atenta carta del señor D. Miguel Higueras Pérez, ruego publique estas breves palabras.

Comenzaré diciéndole que, efectivamente, tener una tribuna semanal en IDEAL es un privilegio por el que me siento honrado, feliz y dichoso.

Y entrando en el fondo de la cuestión, le señalaré que el hecho de que la gente se manifieste en las calles, proteste contra lo que no le gusta y se rebele contra lo que considere injusto, con independencia de plantear o no alternativas, me parece un excelente síntoma de salud democrática y de madurez social. De hecho, y con respecto a la crisis financiera internacional a que se refería mi artículo del pasado viernes y su carta del domingo, los congresistas americanos, republicanos y demócratas, no han aprobado el Plan Bush para salvar el sistema financiero, sin plantear alternativa alguna al mismo. Sencillamente, han dicho NO.

Analizado en frío, ese tajante NO podría parecer la respuesta de un colectivo ácrata antisistema y, sin embargo, se trata del Congreso de los EE.UU., nada menos.

Me pide el Sr. Higueras una “Alternativa total al sistema”. Ambicioso propósito, sin duda. Créame, en cuanto la tenga, pongo rumbo a la ONU a plantearla. Entre tanto, me limitaría a sugerir que quizá haya llegado la hora de cambiar una forma de entender las finanzas cuyo objetivo único parece ser el corto plazo más avariento y codicioso, por ejemplo. Quizá haya llegado el momento de exigir que las inversiones más rentables sean las que generen riqueza sólida, palpable y duradera. Quizá.
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Siempre suyo, Jesús Lens.