ÁNGEL

Apenas leo poesía. Es como si alguna fuerza maligna me alejara de ella. Hasta su formato, los versos, me condicionan la lectura. Paso por encima de ellos, casi sin fijarme, como si la brevedad de los renglones me urgiera.

Por ejemplo, si en una novela aparece intercalado un poema, aunque mi vista lo lee, mi consciente parece evadirlo, ignorarlo. No me deja poso. Tengo que volver una y otra vez a leer cada verso, cada palabra, haciendo un inusual ejercicio de concentración.

Nunca he sabido el porqué de ello.

Y, sin embargo, cuando he estado en Semana Negra y he escuchado los recitales de poesía de la madrugada de los jueves, muchas cosas se me han removido por dentro. La magia que desprendían las palabras del añorado Ángel González y Luis García Montero se hacía palpable, densa y corpórea en esa abarrotada Carpa de Encuentros.


El viernes, una amiga me envió un poema.

Y esta vez, no me costó leerlo. Porque escuchaba la cadencia de la voz de su autor, como si lo estuviera recitando, como si me lo estuviera leyendo.

Leía las palabras de “El otoño se acerca” y veía a Ángel, en la terraza del Don Manuel, sentado en la mesa más cercana a la puerta, con su barba blanca, delgado, sonrisa gentil en los labios, fumando, bebiendo un whisky.

Una inmejorable forma de pasar un fin de semana.

EL OTOÑO SE ACERCA
Angel González

El otoño se acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
.
Se diría que aquí no pasa nada,
pero un silencio súbito ilumina el prodigio:
ha pasado
un ángel
que se llamaba luz, o fuego, o vida.
.
Y lo perdimos para siempre.

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EL TÍO SAM ANTE LA CÁMARA

Dejamos la primera parte del reportaje que hoy publicamos en IDEAL sobre Presidentes yanquis y su reflejo en cine y televisión.

Aunque Bush Jr. podría parecer la excepción que confirma la regla, ser Presidente de los EE.UU. ha de resultar tremendamente complicado, estresante y, cómo no, adictivo. Así lo sostiene John Adams en la biografía que le ha dedicado la cadena de televisión HBO y que se ha hecho acreedora un buen puñado de Emmys hace unas semanas: “Cuando se disfruta del poder es muy difícil dejarlo.”

A lo largo de su historia, el cine y la televisión se han ocupado de presentarnos a la figura del Presidente de los Estados Unidos desde muchas y muy variadas perspectivas. Del biopic supuestamente serio, documentado y riguroso, cuyo más reciente ejemplo sería la sensacional “John Adams” interpretada por un ajustado Paul Giamatti en estado de gracia, a las historias de política ficción en que la figura del Presidente adopta una filiación totalmente inventada, aunque alguno de sus rasgos estén más o menos basados en personajes conocidos y reconocibles.

Así Harrison Ford, el rudo presidente que derrota a los terroristas que secuestran su avión en ‘Air Force One’ (1997), ha salido elegido como el presidente cinematográfico que a la gente le gustaría que liderara EE.UU. En segundo lugar aparece otro mandatario de armas tomar: Morgan Freeman en ‘Impacto Profundo’ (1998). La tendencia, en general, es preferir a los presidentes que se enfrentan a duros conflictos en la pantalla. Otros que figuraron en la lista fueron Bill Pullman en ‘Día de la Independencia’ (1996), James Cromwell en ‘La Suma de Todos los Miedos’ (2002), Jack Nicholson en ‘Mars Attacks’ (1996) y ‘Jeff Bridges en La Conspiración’ (2000).

.

Realidad y ficción se retroalimentan de tal forma que, sin ir más lejos, parte del éxito de Obama se atribuyó al éxito televisivo de la serie “24” en la que el célebre agente Jack Bauer salva al mundo de diversas hecatombes y atentados terroristas, estando a las órdenes de dos presidentes diferentes, ambos de color, hermanos en la ficción: David y Wayne Palmer.

Hablando sobre el ya conocido como “Efecto Palmer”, el actor Dennis Haysbert sostenía que el hecho de que en una serie del prime time se mostrara a un presidente negro, bueno y honesto, allanó la nominación de Obama, no en vano, el personaje al que interpretaba enseñó “cómo sería América si su presidente fuese un hombre negro, y lo que vieron los espectadores, les gustó.”


Sin embargo, George Bush Jr., el presidente saliente, no ha tenido tanta suerte en su “carrera” cinematográfica. Después hablaremos de “W”, la película que sobre él acaba de filmar Oliver Stone, pero no tenemos más que recordar las célebres y celebradas bufonadas de Michael Moore para sentir una cierta vergüenza ajena de Bush hijo. ¿Le recuerdan en aquella demoledora secuencia, leyendo un cuento en una escuela, cuando le comunican el atentado del 11-S, y su incapacidad de reaccionar hasta que sus asesores lo sacan a escape del aula? Tremendo.


Pero es que, además, al pobre hombre lo han “asesinado” en una controvertida película presentada en el pasado Festival de Toronto. Producido por el Canal 4 británico, “La muerte de un presidente” es un falso documental de noventa minutos en que se cuenta el teórico asesinato de Bush mientras da un discurso en una Chicago convulsa por las protestas contra la guerra de Irak, seguida de la posterior investigación del atentado, relacionada con la llamada Guerra del Terror desatada por el presidente americano en Oriente Medio.

Y es que en Estados Unidos, el tema de sus magnicidios presidenciales ha hecho revelar kilómetros y kilómetros de celuloide, con el asesinato de John Fitzgerald Kennedy como estrella, por supuesto. Son numerosísimas las películas que han tocado dicho tema. Reseñaremos una de las más recientes, “Cita con la muerte”, muy polémica porque defiende la tesis de que el único culpable del atentado de Dallas fue el régimen cubano castrista.

Un asesinato, el de Kennedy, tristemente cinematográfico al haber quedado recogido en la célebre película que Abraham Zapruder filmó con su cámara casera y que ha sido analizada hasta la saciedad por todos los estamentos policiales, judiciales y gubernamentales de los Estados Unidos.

Emilio Estévez, por su parte, presentó su película “Bobby” hace unos meses. En ella se recrean los acontecimientos que desembocaron en el asesinato de otro Kennedy, Robert F., aspirante a conseguir la nominación presidencial. La película cuenta las vivencias de las veintidós personas que estaban en el Hotel Ambassador el día 6 de junio de 1968 en que el senador fue tiroteado. Protagonizada por un impresionante elenco de intérpretes, de Anthony Hopkins y Elijah Wood a Helen Hunt o Demi Moore, la película tuvo una excelente acogida por parte de la crítica, aunque el público no respondió con el mismo entusiasmo.


Quiere la casualidad que Emilio Estévez sea hijo de Martin Sheen (Ramón Estévez, en su galleguiña acepción original), quién, a su vez, ha interpretado a Josiah Bartlet en la conocida y reverenciada serie “El ala oeste de la Casa Blanca”, cuyas siete temporadas han sido acreedoras de tres Globos de Oro y veintiséis Premios Emmy, un récord compartido con la no menos famosa y añorada “Canción triste de Hill Street”.

Lo más destacable de esta serie de televisión es el acendrado realismo con que se cuenta el funcionamiento del gobierno norteamericano, a través de un amplísimo relato coral en que una supuesta administración demócrata queda retratada con pelos y señales siendo, además, extrañamente profética con muchas de las cosas que estarían por venir en el ámbito de la política yanqui de los últimos años.

Pero volvamos a los presidentes reales. En “Colores primarios”, John Travolta interpretó a un político llamado Jack Stanton que, más que parecerse a Bill Clinton, era Bill Clinton. Y Emma Thompson, una más que creíble Hillary. En la película, muy polémica y basada en un libro escrito por un enigmático Anónimo, se cuenta la carrera del gobernador de un estado sureño que lanza a la conquista de la Casa Blanca, para lo que se rodea de un inmejorable equipo de asistentes y ayudantes. Los problemas comienzan, realmente, cuando el candidato deja embarazada a la hija de un íntimo amigo suyo, afroamericano, y el equipo del gobernador ha de ingeniárselas para tapar la historia…

Casualmente y de forma premonitoria, en “Cortina de humo”, dirigida por Barry Levinson, un asesor de la Casa Blanca interpretado por Robert de Niro contrata a un estrafalario productor de Hollywood, al que da vida Dustin Hoffman, para que se invente una supuesta guerra en Albania y, de esa manera, se distraiga a la opinión pública de un escándalo sexual protagonizado por el presidente de la nación.

Y la esposa de Bill, candidata a la nominación demócrata hasta hace unos meses, tampoco sale muy bien parada en la polémica “Hillary. The movie”, en la que presentan de semejante guisa a la paciente esposa del ex presidente: “La senadora tiene una extraordinaria habilidad para ofuscarse, rehusar el responder preguntas, evitar confrontaciones y hasta ahora, ha conseguido pasar por encima de todo ello.” Ilustrativo, ¿verdad?

CONTINUARÁ

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