PARA LIZZ

Hace unos días, escribíamos arrobadas palabras de amor a Lizz Wright, después de haber gozado de un impresionante concierto en el Festival de Jazz de Granada.

Movido por aquél recuerdo, escribí estos horribles ripios, iniciadores de una serie de Poesía Criminal, por lo negro de su sustancia, sí. Pero también, porque es un crimen llamar poesía a esto…

En fin. AL menos, se pueden solazar con las fotos de Lizz que Juan Jesús García ha tenido la generosidad de enviarme, y cuyo Blog no deben perderse: No hay futuro.


“Come with me, old man”, me susurraste al oído.
Y yo te hice caso. Excitado como un animal
al que llevan al matadero, sin un titubeo
me puse en camino, siguiendo la estela de tu andar.

Todo fueron besos y caricias, tórrido sexo,
calor, sudor, música y pura sensualidad.
Después llegaron las dudas, las miradas esquivas
y, por fin, el silencio, gélido y sepulcral.

Pero yo no renuncié y, como una geisha,
me arrastraba por polvorientos caminos sin principio ni final,
siguiendo tus pasos, jadeante, como un perro fiel,
al que arrojabas piedras, pretendiéndole alejar.


Los días transcurrían monótonos y mortecinos,
caminando sin rumbo fijo, viajando al azar
girando como peonzas, de pueblo en pueblo, de taberna en taberna,
hasta que tu mirada se cruzó con la de aquel tipo, y nada volvió a ser igual.

No era trigo limpio. Te lo advertí. Pero no atendías a razones
y te fuiste con él, maldiciendo mi destino, con tu voz gutural:
“Olvídame y déjame en paz, pata de perro,
sigue tu camino y olvida que me conociste, un día fatal.”

Noches y días, mañanas y tardes de soledad, frío y calor,
sin querer perder vuestro rastro animal
de música, humo, sexo y cerveza,
pero también de peleas, broncas y violencia brutal.

Tu bello rostro desfigurado, sangrando, amoratado
después de sufrir una paliza bestial
propinada por aquel patán, de dulce mirada y
puños de criminal.

Pero entonces tampoco me buscaste.
Cerraste los ojos, evitando ese manantial,
esas lágrimas que brotaban de lo más hondo,
deseando derramarse de forma torrencial.

Lágrimas de impotencia, rojas de sangre,
lágrimas negras, de odio; translúcidas: lágrimas de cristal
lágrimas frías, lágrimas de fino acero,
acero como el del cuchillo, el vil metal.

Nunca debiste enterarte
de cómo le arranqué los ojos a aquel semental,
de cómo lloraba al sentir que la vida se le iba,
que la perdía por siempre jamás.


Y tú seguiste tu camino, susurrando
“Come with me, young man”
volviendo locos a esos hombres
a los que después, yo, les metía puñal.

Y así seguimos, vagando por el mundo,
en un viaje que no tiene final.
Tú, cantando, amando, riendo, abandonando…
Yo, de lejos, aplicando mi propio código penal.

Cuídate, Lizzie. O no te cuides.
No importa, no pasa nada. Da igual.
Porque detrás de ti, siempre tendrás a un ángel de la guarda
que te vigila, te cuida, te ama y te protege de todo mal.

Joe Louis.

CUAVERSOS JULIANOS

Hoy es un miércoles especial. Claro. Toca hablar en verso. De poesía. Tenía preparado un puñado de horrorosos ripios para ustedes, pero la actualidad manda.

Y la actualidad nos lleva, por un lado, a la sección Vivir de IDEAL, donde encontramos este reportaje, escrito por un servidor, con la colaboración de muchos de ustedes: Entre los bytes y los libros. En él hablamos de esto: Liblogs, Cuaversos, las 200 palabras…

Pero es que, además, mi amigo Ignacio me pasa esta sentida “Carta a Julia” (Mi no ahijada), creo que, sin saber, que el de Julia es un nombre muy, muy importante en vida.

Así que, mis ripios pueden esperar. Hoy, miércoles de poesía, les dejo con esta especialísima Carta a Julia, dedicada a todas las Julias de mi vida.

Carta a Julia (Mi no ahijada)

Me dice tu madre que te escriba,

más que nada porque sepas algo de mí.

Tu padre eligió mal a tu padrino.

No se lo reproches.

Cuando se bebe y se fuma

como él y yo lo hacíamos,

dándolo todo,

se dicen muchas tonterías.

Y aquel cava -de 1,51 euros la botella-

nos envenenó para siempre.

Pero tu madre tiene razón.

He de escribirte, al menos,

para que sepas algo de mí,

nada nuevo que tu padre,

en las primeras cañas que con él

tomabas, te contara a escondidas.

Cuando pienso en ti,

y créeme que lo hago,

sostengo que a los dos nos separan diferentes caminos

y mientras tú disfrutas viajando

-se supone que para aprender idiomas-,

yo me siento a esperar que se pase mi propio aburrimiento.

Malvivo, duermo poco, bebo y fumo a destajo

para olvidar qué aprisa pasa el tiempo.

Yo, querida Julia, al menos,

pienso cada vez más,

y siento cada vez menos

y con los años

nada parece ser que era

tal como yo lo quise

cuando mi edad primera.

Tu padre tiene razón,

aunque yo en aquellas noches de entonces

tratara de disuadirlo:

la vida es una mierda.

No quiero, sin embargo,

que pienses que de nuevo

oigo las mismas notas sombrías.

Ya me atrevo a salir más allá

de estas cuatro paredes

donde estuve tantos años

enredando en las redes del alma,

herido en la conciencia, ahogado en su profundo

fondo de mar.

Y a flote salí, o eso creo,

o eso dije para convencer

a tantos loqueros que me trataron,

que el tiempo, si te sirve,

cura la ansiedad, la desgana,

el miedo y la locura.

Y ya que nada tiene respuesta,

no pregunto.

Al fin todo pasó.

Y ahora, paso a otro asunto.

Ya se por tu padre

que le distes calabazas a Antonio David

y que por ello entró en depresión.

Lo que no sé es si sus padres siguen juntos o separados,

qué mas da, ¿no?

Hace frío. Desnudan sus árboles sus hojas de oro viejo,

y si llueve huele a campo e infancia.

Ya la tarde es más breve y más larga la noche.

Y yo, como siempre, en el aeropuerto,

en los cines, en las esquinas, dentro de mí siento

que algo raro me aprieta el corazón y busco,

detrás de la careta el rostro y, tras el rostro,

una certeza, un sueño, algo que sé que no es nada.

Ya no trabajo, como sabes, todo lo dejé.

Vivo de recuerdos. Esos que construían un mundo

que era una mierda, sin saber que no era verdad.

Que la mierda de mundo vendría después.

Eso sí, escribo. Tonterías. Muchas tonterías.

Mientras tanto pretendo no hacer nada:

vivir sin hacer nada, que es para lo que valgo

y es para mí la única manera de hacer algo.

Echo de menos a tu padre, pero no se lo digas.

Donde estarán -me pregunto-

las noches salvajes de ayer.

No salgo fuera, ni quiero hacer viajes,

no porque aquí esté bien, sino porque cansado,

aquí me encuentro igual de mal que en otro lado.

En fin, que vivo como si no existiera.

Y con esto ya acabo.

Mis mejores deseos

te mando.

Y ven cuando quieras.

Acompañada, por supuesto que puedes,

no se lo diré a mamá,

pero a papá nada puedo ocultarle.