¿Saben por qué le dí el Tucán cervecero, entre otras razones, a Ricardo Bosque? Por trabajos como este número de Diciembre de su revista Punto.38.
¡Disfrútenla!
¿Saben por qué le dí el Tucán cervecero, entre otras razones, a Ricardo Bosque? Por trabajos como este número de Diciembre de su revista Punto.38.
¡Disfrútenla!
Hace unos días, analizando el estallido de violencia estudiantil y juvenil acaecido en Grecia, podíamos leer el siguiente titular en un periódico: «Una revuelta a ritmo de blog y SMS», que venía a demostrar que las nuevas tecnologías se han puesto al servicio de los ardientes acontecimientos helenos.
¿Qué tiene que ver eso con una novela negra titulada «A timba abierta», ardoroso debut literario de un autor llamado Óscar Urra, publicado por la inquieta y necesaria editorial Salto de página y radicada en el Madrid de toda la vida?
Pues, para saberlo, habrán de hacerse un favor y leer la novela. Una novela protagonizada por un detective privado español -que haberlos, haylos- llamado Julio Cabria. Y por un poli al borde la prejubilación, Meléndez. Y por el camarero de El Portón, uno de esos bares que son mucho más que bares, casi templos en que los parroquianos habituales se juntan para ver pasar el tiempo.
Una novela que, como su propio nombre sugiere, es cachonda y juguetona, mezclando el naipe y el burle con una trama que avanza a velocidad vertiginosa, desde que el Botines le encarga a Cabria que localice a una misteriosa chica italiana, Pandora. Una novela que, además, acontece en el centro de un Madrid cuyos rectores municipales se han empeñado en hacer desaparecer de todas, todas: Tirso de Molina y alrededores. Un Madrid mítico, turbio, noctámbulo. Un Madrid de toda la vida que se quiere llenar de puestecitos clónicos de flores para intentar aromatizar los amaneceres resacosos de alcohol, juego, juerga y violencia.
Porque en toda novela negra que se precie tiene que haber unas ciertas dosis de violencia. ¿O no? En «A timba abierta», faltaría más, la hay. Hay palizas, interrogatorios brutales, golpizas, apaleamientos y hasta torturas. Pero todo ello contado a través de esa fina ironía que impregna todo el texto. Costillas rotas, narices partidas y cejas echadas abajo forman parte del paisaje de esta novela, muy tarantiniana.
Y, además, unos enigmáticos mensajes, en forma de entradas o Posts blogueros, en que unas consignas de corte apocalíptico-anarquista mezclan la revolución con Astérix. Y humor. Humor, del bueno, a raudales. ¿Cabe todo ello en poco más de ciento cincuenta páginas construidas a base de un material altamente adictivo, de hondo alcance, que deja en el lector un regusto más que agradable?
Por supuesto que sí. Porque si lo bueno, breve, es doblemente bueno; la contundencia, el desparpajo, el humor y el ritmo que Óscar Urra imprime a esta «A timba abierta», convierten al autor madrileño en uno de los debutantes más interesantes del panorama de las letras negras nacionales.
Urra, un tipo al que seguir. Muy de cerca.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.