EL MAPA DEL TIEMPO

Una vez estuve en Londres. Apenas tres o cuatro días. Y mira que hay cosas que ver/hacer en la capital de Inglaterra, pero una iba anotada y subrayada en rojo fuego en mi cuaderno de viajes: hacer el tour de Jack el Destripador, paseando por las calles de Whitechapel en que el más famoso asesino en serie de la historia perpetró sus siniestros crímenes.

 

¿Morbo?

 

No lo sé. Pero el personaje de Jack the Ripper me fascina desde tiempos inmemoriales y, aunque nunca creo haberlo confesado en alta voz, una de las películas que más veces he visto en mi vida es… «Asesinato por decreto», en que se contaba un duelo voltaico entre Sherlock Holmes, el príncipe de los detectives, y el sádico Jack.

 

Además, me fascinó la novela gráfica «From hell», de Allan Moore, que leí premiosamente, deleitándome en cada imagen de «aquel Londres purulento de finales de siglo», como acertadamente lo describe Félix J. Palma en su monumental novela «El mapa del tiempo», Premio de Novela Ateneo de Sevilla, editada por Algaida.

 

¿Qué quiero decir con «monumental»?

 

Primero, que es una novela gorda. Gruesa. Grande. Bien servida de un buen puñado de cientos de páginas que, sin embargo, no pesan nada en el ánimo del lector, que se sumerge en su lectura y se deja guiar por ese Londres que, capital del mundo de entonces, albergaba los sueños y las pesadillas de buena parte del género humano del momento.

 

Los protagonistas: muchos. Entre ellos, además de Jack y Mary Kelly, Polly Nichols y el resto de las prostitutas asesinadas, podremos encontrar a Joseph Merrick, el Hombre Elefante, a escritores como H.G. Wells, Bram Stoker o Henry James y, por supuesto, a una amplia caterva de distintos personajes que nos sirven para conocer desde los palacetes de la burguesía a infames tabernas como «The ten bells».

 

Pero ¿Qué cuenta «El mapa del tiempo»? Pues partiendo de los famosos asesinatos de Miller’s Court y alrededores, el autor teje una trama en que se combinan las expediciones africanas en busca de las Fuentes del Nilo con las prodigiosas máquinas de viajar en el tiempo, utilizando la técnica del folletín, con aderezos de Terminator, Drácula, Prestige y Minority Report, entre otras muchas referencias cinematográficas y literarias.

 

Abel me decía cariñosamente, al leer de qué iba el libro, que pudiera parecer que el autor se había fumado algo más que tabaco y salvia, para meterse en un berenjenal de este calibre. Pero no. Ni mucho menos. Aunque pueda parecer imposible, todas las piezas del puzzle literario más fantasioso, imaginativo y desaforado que nunca leí en un autor español, terminan encajando a la perfección, sin que quede un sólo cabo suelto.         

 

Una espléndida novela, construida a través de un sólido andamiaje que recuerda a aquellos cadáveres exquisitos de los surrealistas, el juego de las palabras encadenadas y un hálito a efecto mariposa de escala atemporal. Y con frases tan elocuentes como: «Todo esto se sustenta en una caja vacía donde no se esconde otra cosa que los miedos que llevamos dentro.»

 

Una novela bigger than life que se basa en una premisa tan hermosa como cierta: «¿Acaso no hay mentiras que hacen la vida más hermosa?»

 

Total, que ya estoy pergeñando una nueva visita a Londres. A ver si mi amiga Rocío, excelente conocedora de la ciudad del Támesis, se anima a que busquemos qué se esconde en el número 50 de Berkeley Square, donde se encontraba la casa más embrujada de la ciudad. Una casa en la que pasan muchas, muchas cosas…

 

¿Ciencia? ¿Imaginación? ¿Literatura? ¿Fantasía? ¿Realidad?

 

Háganse con «El mapa del tiempo» y disfruten con la explosión imaginativa de un Félix J. Palma al que pueden hacer un exhaustivo seguimiento a través de su más que interesantísima web: http://www.felixjpalma.es/

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

MARATÓN DE SEVILLA: EL PAISAJE DESPUÉS DE LA BATALLA

Lo leía y no lo creía. ¡Estaban dolidos, dos semanas antes de la Maratón de Sevilla, porque había que bajar de ritmo, relajarse, olvidar las desmesuradas tiradas de 30 o más kilómetros y aparcar las series más exigentes! ¡Estaban incómodos porque había que aflojar el pistón y correr, a ritmos cómodos y sencillos, puñados razonables de kilómetros!

 

Y se venían a la cabeza los tebeos de Asterix. ¿Se acuerdan? «¡Están locos estos romanos!»

 

Como cabras, oigan.

 

Hasta que esta tarde, primer día sin una nube en el cielo desde hace meses, me calcé las Beast y me eché al camino. Me tocaban 13 tranquilos kilómetros. Pero el sol, la luz, la tranquilidad de ir sin chubasquero, sin viento, lluvia o granizo; sin tener que sortear charcos o ir concentrados en no perder el equilibrio entre el barro… todo ello animaba a alargar la zancada, a apretar el paso. En pocas palabras: a disfrutar corriendo.

 

Y me di cuenta: ¡Me estaba sabiendo a poco!

 

O sea…

 

Que yo también estaba un poco loco. Y que quizá no soy tan Malverde.

 

Porque al final, aprovechando el baño de sol y la inundación de luz, lo agradable de la temperatura y las divagaciones mentales de una carrera relajada y placentera… no quería dar la vuelta tan pronto como debía hacer. Así que… seguí corriendo. Tranquilo. A mi aire. Sin forzar. Sin desfallecer.

 

Pero menos mal que, por una vez, en vez de hacerle caso al instinto y a las piernas, le hice caso a la cabeza y me acordé de los buenos consejos recibidos de los sabios de Las Verdes: echar el freno.

 

¡Quién me lo iba a decir a mí, hace unos meses!

 

No sé si terminaré o no la Maratón. Espero que sí. Pero el hecho es que su preparación me ha dejado fino de cuerpo y, creo, un poco tocado de la azotea. Jamás pensé que, terminado un entrenamiento de 15 kms., iba a llegar a casa con sensación de que me había faltado, de que necesita más.

 

En fin.

 

Que esa batalla que fue la preparación de la maratón, esos entrenamientos extenuantes, el frío, la lluvia, la nieve, el barro… todo ello ha sido un estupendo preludio para esta calma en la que no nos sentimos cómodos.

 

Una calma expectante, tensa, nerviosa. La calma que precede la que esperamos sea… ¡la Tormenta Perfecta!

 

Dentro de dos domingos. En Sevilla.

 

Alea jacta est… y sí: ¡están locos estos romanos!

 

Jesús Lens.       

CUAVERSOS: DESDE LOS AFECTOS. MARIO BENEDETTI

Los Cuaversos de hoy, de los que anoche dejábamos un anticipo en forma de vídeo, se titulan «Desde los afectos», son de Mario Benedetti y los recibí el pasado domingo, un día soleado y luminoso, en un e mail cargado de futuro.

 

Espero que les gusten tanto como a mí.

¿Cómo hacerte saber que siempre hay tiempo?

Que uno sólo tiene que buscarlo y dárselo,

Que nadie establece normas salvo la vida,

Que la vida sin ciertas normas pierde forma,

Que la forma no se pierde con abrirnos,

Que abrirnos no es amar indiscriminadamente,

Que no está prohibido amar,

Que también se puede odiar,

Que el odio y el amor son afectos

Que la agresión porque sí hiere mucho,

Que las heridas se cierran,

Que las puertas no deben cerrarse,

Que la mayor puerta es el afecto,

Que los afectos nos definen,

Que definirse no es remar contra la corriente,

Que no cuanto más fuerte se hace el trazo más se dibuja,

Que buscar un equilibrio no implica ser tibio,

Que negar palabras implica abrir distancias,

Que encontrarse es muy hermoso,

Que el sexo forma parte de lo hermoso de la vida,

Que la vida parte del sexo,

Que el «por qué» de los niños tiene un porque,

Que querer saber de alguien no es sólo curiosidad,

Que querer saber todo de todos es curiosidad malsana,

Que nunca está de más agradecer,

Que la autodeterminación no es hacer las cosas solo,

Que nadie quiere estar solo,

Que para no estar solo hay que dar,

Que para dar debimos recibir antes,

Que para que nos den hay que saber también cómo pedir,

Que saber pedir no es regalarse,

Que regalarse es, en definitiva, no quererse,

Que para que nos quieran debemos demostrar qué somos,

Que para que alguien «sea» hay que ayudarlo,

Que ayudar es poder alentar y apoyar,

Que adular no es ayudar,

Que adular es tan pernicioso como dar vuelta la cara,

Que las cosas cara a cara son honestas,

Que nadie es honesto porque no roba,

Que el que roba no es ladrón por placer,

Que cuando no hay placer en las cosas no se está viviendo,

Que para sentir la vida no hay que olvidarse que existe la muerte,

Que se puede estar muerto en vida,

Que se siente con el cuerpo y la mente,

Que con los oídos se escucha,

Que cuesta ser sensible y no herirse,

Que herirse no es desangrarse,

Que para no ser heridos levantamos muros,

Que quien siembra muros no recoge nada,

Que casi todos somos albañiles de muros,

Que sería mejor construir puentes,

Que sobre ellos se va a la otra orilla y también se vuelve,

Que volver no implica retroceder,

Que retroceder también puede ser avanzar,

Que no por mucho avanzar se amanece más cerca del sol,

¿Cómo hacerte saber que nadie establece normas salvo la vida ?
 
 
R.

EL LINCE PERDIDO

Lince perdido, pero lince feliz, ese Félix, torpe y desastre como él solo, corazón de oro, mirada enternecedora, valiente, heroico y memorable por siempre jamás. 

 

¡Qué buen rato, viendo «El lince perdido»! ¡Qué bien hacerle caso a la súplica de Félix y Gus! Pero buen rato de verdad. Una película divertida, atractiva, repleta de guiños, ingeniosa, con un guión excelente y unas «interpretaciones» a la altura de una historia perfectamente cerrada en la que encajan todas las piezas como en un puzzle.

 

Pero, sobre todo, lo mejor de «El lince perdido» es haber perseverado en la estela de los grandes clásicos contemporáneos de la animación norteamericana que consiguen el aparente milagro de encandilar a los pezqueñines y caracolillos de la casa, pero deparando a los mayores grandes momentos cinematográficos, permitiendo que todos disfruten gratamente de la película.

 

A eso es a lo que llamamos talento, calidad, arte y demás adjetivos laudatorios por el estilo. Porque son películas que permiten dobles lecturas, de las teóricamente más sencillas a otras supuestamente más elevadas y complejas… aunque, a la hora de la verdad, chicos y grandes terminamos riendo a mandíbula batiente con los mismos gags, chistes y momentos delirantes.

 

En concreto, con las torpezas de Félix, con las paranoias y los cambiantes humores de Gus, el camaleón, quizá el personaje más logrado de todos; y con los diferentes encuentros que los héroes tienen a lo largo de su peregrinar por toda Andalucía, de Doñana al desierto de Tabernas, pasando por Sierra Morena, Sierra Nevada y la gaditana Playa de Bolonia.

 

Detalles para la añoranza, como el águila que rescata a la cabra, al son de la música de «El hombre y la tierra» o la secuencia homenaje a Indiana Jones, con el camión. Pero, sobre todo, imaginación a raudales, diálogos repletos de mordacidad y una conexión contemporánea con el mejor cine de animación que debe hacernos sentir muy orgullosos de que una empresa granadina como Kandor Graphics, haya ganado el Goya a la mejor película de animación de forma más que justificada.

 

Momentos como el de Gus, el Camaleón, «camuflándose» como parte de los cuadros de un museo virtual que pasan a toda velocidad por la pantalla mientras dos sujetos disertan sobre arte, resultan sencillamente sublimes.

 

Además, los chicos de Kandor Graphics ya están metidos de lleno en nuevos proyectos. Unos proyectos que darán que hablar, y para bien, de un equipo de trabajo que nos auguran grandes y positivas vivencias cinematográficas en un futuro nada lejano.

 

Por tanto, si usted no tienes hijos y es uno de esos espectadores a los que les da fatiga ir a ver una película para chicos sin la excusa de acompañar a los niños, hágase un favor a sí mismo y pídale prestados sus sobrinos a su hermano o hágase con unos primillos que le permitan pasar una estupenda velada de cine.

 

Lo mejor: que siendo una película con mensaje, no resulta en absoluto empalagosa. Y el conejo traidor. Y Gus.

 

Lo peor: que te quedas con ganas de que personajes como los lobos o el buitre Diógenes tengan más protagonismo.

 

PD.- ¿Estaremos ante el comienzo de una franquicia?

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.