(MÁS DE) 3D & PJ HARVEY

¿Revolución o cuento chino?

 

Seguimos hablando de las 3D. ¿Recuerdan? Que si «Up» inaugura Cannes, que si es la revolución que detendrá la hemorragia de espectadores… El caso es que Kinepolis Granada ya anuncia una sala en 3D. ¿Neptuno también? ¿Alguien lo sabe?

 

Aquí un reportaje de Público: «El cine entra en la tercera dimensión», prolijo y bien documentado. Como este otro, «3D. La nueva dimensión», en El Cultural de El Mundo.

 

Y, por cierto, tenemos nuevo disco de esa gran mujer, a la que hace poco recordábamos por su «To bring you my love»: PJ Harvey.

 

Aquí el vídeo y aquí un buen y completo reportaje sobre una artista única, radicalmente independiente, valerosa y que derrocha talento a raudales.

 

Buen domingo.  

TELEVISIÓN EN SERIE

¿Recuerdan esta imagen? Metemos una nueva de televisión porque, como espectador, esto me pasa a mí.

 

Que además de seguir las tradicionales «Perdidos», «Mujeres desesperadas» o «Prison break», me he enganchado a la HBO de forma radical. «Mad men» y «The wire» me tienen desvelado.

 

He devorado «Generation kill» y «Los Soprano». Me dicen que si no veo «The shield» no soy nadie y tengo en lista de espera las terceras (y sucesivas) temporadas de «Boston legal» y «El ala oeste de la Casa Blanca», por ejemplo.

 

O sea…

 

¡¡Un feliz y delicioso caos televisivo, la gran revolución del siglo XXI!!

 

Jesús Lens

TEATRO

La columna de IDEAL, celebradora y onomástica.

 

Hoy se celebra el Día Internacional del Teatro. Reconozco que no suelen gustarme estas efemérides, pero también es verdad que fechas señaladas como ésta nos permiten reflexionar sobre temas o cuestiones que, por lo general, pasan de tapadillo por nuestra vida. Como el teatro, por ejemplo.

 

Siempre he sido hombre de cine. Adoro las películas y, por tanto, cuando iba al teatro, todo lo que acontecía en escena me parecía falso, forzado y mentiroso. Crecido y educado a través del séptimo arte, el Arte Total por antonomasia, sentía que el teatro era como el niño tonto de la familia, un quiero y no puedo obsoleto, añejo y avejentado.

 

Hasta que, una vez, fui al pequeño, íntimo y entrañable Teatro Alhambra y, desde un asiento próximo al escenario, me topé con Juan Luis Galiardo. No recuerdo qué obra se representaba, el argumento o el tema. Tampoco recuerdo si estaba bien o no. Daba igual. El lujo era disfrutar, durante hora y media, de la presencia de un monstruo como Juan Luis, allí delante, sólo para tus ojos… y los de otro puñado privilegiado de espectadores.

 

A partir de ahí, este tipo de teatro adquirió una nueva dimensión. Cada obra a la que iba era como un regalo, único y exclusivo, al disponer de noventa minutos de la vida de unos actores que parecían desnudar su alma frente a ti: cada gesto, cada rictus, cada gota de sudor, cada inflexión de voz… todo ello acontece delante de tus narices. Y una sola vez. Parafraseando el famoso monólogo de «Blade runner», las obras de teatro constituyen momentos únicos e irrepetibles, que, como lágrimas en la lluvia, terminan perdiéndose en el tiempo, pero perdurando en la memoria de los espectadores.

 

Y precisamente por eso me gustan las salas pequeñas, como el Alhambra. Porque permiten disfrutar de esa especial comunión que se establece entre actores y  espectadores. Aunque el Isabel la Católica tiene buena visibilidad, no se goza igual de la ironía de El Brujo en uno que en otro espacio escénico, por ejemplo. Y, por supuesto, ver una obra de teatro en la Sala García Lorca del Palacio de Congresos, salvo que tengas la fortuna o la habilidad de hacerte con una entrada para las primeras filas, resulta una experiencia fría, gélida y desapasionada, dado el distanciamiento que existe entre el público y el escenario.

 

Después he tenido la suerte de vivir el teatro un poco más desde dentro, en Agüimes, en el envidiable Festival del Sur, Encuentro Teatral Tres Continentes que se celebra en el delicioso, inquieto y envidiable pueblo grancanario. Y una vez que tienes la oportunidad de hablar largo y tendido con actores, autores o directores, te conviertes en un adicto a las tablas, la farándula y las candilejas de forma que, al comenzar el año, coges el calendario y subrayas en rojo este 27 de marzo, el Día Internacional del Teatro, como uno de los auténtica y verdaderamente señalados.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

TIERRA FIRME

Hoy es día de Liblogs, una iniciativa que se nos está desinflando. En ese enlace tienen más información sobre esa iniciativa literario-virtual. ¡Anímense a participar! Tenemos varias citas pendientes, con libros de Ruiz Zafón, Gabriel García Márquez o Jorge Amado, por ejemplo.

 

 

Una vez leí, sintiendo vergüenza ajena, las declaraciones de uno de esos escritores que se creen superimportantes. Decía que, cuando vio que un sujeto iba leyendo uno de sus libros en el metro, se deprimió y pensó en dejar de escribir. El buen hombre se mostraba convencido de que era indigno que su libro fuera deglutido en el metro por una persona que, a buen seguro, no se concentraba lo suficiente en esa magna obra en que él había trabajado con denuedo, esfuerzo y sacrificio.

 

No recuerdo (lo juro) ni el título de la novela ni la identidad del pretencioso autor, pero sí que me pareció un pamplinas, descalificando de esa manera a toda una literatura cuyo fin es hacer agradable algo tan incómodo y molesto como ir a trabajar.

 

Esos escritores que aspiran a cambiar el mundo con su obra, que se creen tan importantes como para sentirse humillados porque sus libros sean leídos en el metro por los currantes mañaneros, me provocan una mezcla de desprecio y miedo, la verdad. Porque los endiosamientos nunca son buenos. Para nada. En absoluto.

 

Y de todo ello me acordaba este fin de semana, cuando aproveché un viaje de ida y vuelta a Madrid para leer las apenas 250 páginas de «Tierra firme», de Matilde Asensi, una novela de aventuras, al modo clásico, que se devora en apenas un suspiro.

 

El viento en las velas de los barcos, los abordajes, naufragios, tesoros, piratas, los gobernadores corruptos y los comerciantes usureros conforman un fresco narrativo muy agradable de leer que, si bien no está llamado a revolucionar la historia de la literatura ni aspira a transformar la sociedad; resulta un estupendo entretenimiento para amenizar un viaje de cerca de 1.000 kilómetros.

 

Protagonizada por un puñado de personajes nobles y leales, esta novela de buenos y malos, que algunos no dudarían en tildar de maniquea, es un canto a las aventuras de antaño, a los culebrones de piratas y mujeres de mala vida que se reciclan en empresarias de éxito, con un sustrato inequívocamente histórico que sirve para descubrir cómo España, siendo ese Imperio en que no se ponía el sol, se las ingenió para naufragar en el contexto de un mundo mucho más globalizado de lo que podemos imaginar.

 

Una novela repleta de buenos sentimientos, que trasmite estupendas sensaciones y que, cuando viajas en autobús, te hace sentir que los llanos de la Mancha son el Océano Atlántico y que Puerto Lápice se asemeja a Cartagena de Indias.

 

A fin de cuentas, el Quijote enloqueció por leer novelas de caballerías ¿no?

 

¡Imaginación al poder!

 

Y con «Tierra firme», desde luego, el ambiente huele a salitre, el viento trae ecos de tormentas y tempestades y, mientras dura su lectura, te crees a punto de escuchar ese glorioso tipo de frase:

 

¡Izad el foque! ¡Arriad las jarcias! ¡Largad todo el trapo y…

Al abordaje!

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.