AL RESISTIR, GANAN

Los viejos héroes, como los viejos rockeros y los viejos rojos, nunca mueren.

 

Héroes crepusculares, viejos que se resisten a la retirada, veteranos hombres de acción que han de volver a empuñar un arma o ponerse nuevamente en marcha… a todos ellos homenajeamos en una doble página de cine que publica hoy IDEAL.

 

Coinciden estos días en pantalla grande «Watchmen», «El luchador» o «El gran Torino», protagonizadas todas ellas por este tipo de personajes duros, rocosos y peleones, a los que el fantástico equipo de maquetación del periódico permite lucirse en una composición exquisita: sus rostros decoran las bolas de billar que Paul Newman, convertido en el Eddie Felson de «El color del dinero», se apresta a golpear con su taco.

 

Si pueden, compren IDEAL.

 

Si no, pueden leer el reportaje a través de este enlace: «Arrugas de Oscar».

 

A ver qué les parece el reportaje.

 

Y, por cierto, ¿A qué otros veteranos de celuloide tienen ustedes guardados en algún rinconcito de su corazón?  

 

Jesús Lens.   

FAIR PLAY

Mucho se ha escrito sobre el Fair Play.

 

Hoy podemos verlo. Colin Bertholet, cuya Otra Mirada sigue siendo única única y singular, nos pone en la pista de este corto vídeo.

 

Un jugador del Ajax de Ámsterdam estaba tirado en el suelo tras recibir una falta. Un jugador del equipo contrario saca la pelota del campo para  que puedan asistir al adversario, como se suele hacer. Al reiniciarse el juego, el jugador del Ajax, en su intento de devolver la pelota al equipo contrario… marca un golazo por toda la escuadra.

 

No dejen de fijarse en la cara de estupefacción del pobre hombre. De hecho, nadie celebra el gol, aunque el árbitro lo tiene que dar por bueno.  

Lo que pasa a continuación es la definición más perfecta que existe sobre qué es el Fair Play.

 

Impecable lección.

EL GRAN TORINO

Durante bastantes meses, los foros cinematográficos ardieron con una noticia de lo más sorprendente y extraña: Clint Eastwood retomaba uno de sus personajes más icónicos: Harry el Sucio.

 

¿Sería posible que el director que pasa por ser el Último Gran Clásico del cine americano hubiera transigido con la eterna requisitoria de la Warner para volver a encarnar, una vez más, al justiciero Harry Callahan?

 

La respuesta es «El gran Torino», una nueva, impresionante, maravillosa y angustiosa obra maestra de Clint. Una de esas películas que te encogen el alma, te dejan un nudo en la garganta y te hacen salir del cine como en una nube, impactado y roto, preguntándote cómo es posible que ese octogenario cabrón haya sido capaz de hacerlo una vez más: dejarte absolutamente devastado por dentro con una película que le eleva un peldaño más en el altar de los grandes maestros a los que adorar y rendir pleitesía, desde hoy hasta el día del juicio final.

 

Y no. No es Harry Callahan el protagonista de la última película de Eastwood. Pero como si lo fuera. Porque el viejo, achacoso y malhumorado Walt Kowalski al que presta sus facciones el inimitable Clint bebe de buena parte de esos personajes a los que ha interpretado a lo largo de su carrera, del inefable y cínico Harry al oscarizado y violento William Munny, pasando por aquel ángel vengador que fue «El jinete pálido» y, cómo no, por sus pistoleros de gatillo rápido y asquerosos escupitajos de tabaco de mascar.

 

De todos ellos hay en un Walt Kowalski que, desde el principio de «El gran Torino», se gana el favor de unos espectadores que asisten, entre atónitos y divertidos, al viejo más políticamente incorrecto que recordarse pueda. Incorrecto e incómodo con sus egoístas hijos y nietos, con su párroco y, sobre todo, con la familia de asiáticos que vive en la casa de al lado.

 

Arisco, violento y racista, por azares del destino, Walt se enfrentará a una banda de matones, ganándose el reconocimiento de la comunidad asiática que se ha ido instalando en el barrio. Y, poco a poco, Kowalski se irá involucrando más y más en la vida cotidiana de unos vecinos a los que empieza a conocer y, por tanto, a respetar. Y, de inmediato, a querer más que a sus propios hijos.

 

Hasta llegar al final.

 

Lo siento, pero no puedo reprimir las ganas de escribir sobre ese final.

 

Así que, querido lector, deja de leer desde ya si no quieres que te reviente uno de los finales más prodigiosos de la historia del cine.

 

¿Vale?

 

¿Está claro? Voy a reventar el final de la peli en los siguientes párrafos así que, si sigues leyendo, será bajo tu responsabilidad.

 

Un final apoteósico, ya lo hemos dicho. Todos esperábamos, por supuesto, una tormenta de sangre y fuego, made in Eastwood, que acabara con los macarras que habían pegado y violado a su joven y encantadora vecina.

 

Pero no.

 

En uno de los finales mejor ideados de la historia del cine, jugando con toda la iconografía anterior que el actor/director lleva colgada a sus espaldas, lo que hace Clint es fumarse un cigarrillo y convertirse en mártir, dejándose asesinar por los malos, para que estos sean detenido y encarcelados, única forma de interrumpir una espiral de violencia que a nada bueno podía terminar de conducir.  

 

Si la idea hubiera sido de cualquier otro director, la habríamos alabado, por supuesto. Pero viniendo de Eastwood, se convierte en el mejor testamento cinematográfico que cualquier director ha filmado en vida.

 

Una inmolación, un suicidio ritual, un ajuste de cuentas con todo un pasado cinematográfico que se convierte en un momento mágico, de una intensidad tan brutal que te hace dar gracias al cielo por haber sido testigo privilegiado de un hito cinematográfico imborrable y memorable por siempre jamás.

 

Lo mejor: lo dicho en el último párrafo y la secuencia de la doble confesión de Clint, con el cura, primero; y con su discípulo, el AtonTao, después.

 

Lo peor: además del doblaje de los chavales asiáticos, infecto; la noticia de que, posiblemente, nunca volvamos a ver a Clint frente a una cámara. Aunque eso es, precisamente, lo que le da todo el sentido a esta maravillosa y memorable «El gran Torino».

 

Valoración: 10.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

QUÉ FUERTE, LA MARI, DE CHAMBAO

Dejamos la reseña que publicamos hoy en IDEAL, sobre el concierto de anoche de Chambao, en la Industrial Copera. ¿Fueron? ¿Les gusta este grupo? ¿Y otros conciertos del fin de semana?

 

Un buen rato después de la hora prevista, por fin, salió a escena el guitarrista. Se habían escuchado algunos silbidos de protesta, que la gente ya comienza a exigir puntualidad en los conciertos, pero en cuanto La Mari surgió de entre las sombras y se sentó frente al micro, buena parte del público congregado se rindió incondicionalmente a sus pies.

 

Los Aslandticos habían caldeado un ambiente que hacía presentir una gran noche. Lleno hasta la bandera y con los exteriores de La Industrial Copera forrados de carteles con la leyenda «Entradas agotadas», el público tenía ganas de disfrutar del concierto de un grupo, Chambao, que lo debe todo a una artista de raza, La Mari, una mujer fuerte y de carácter que, desde el primer momento se metió al respetable en el bolsillo con su sencillez, su indudable energía y, sobre todo, con esa voz tan característica, marca de fábrica de un grupo con un sonido personal e intransferible.

 

Las fans más furibundas de la artista son esas jovencitas veinteañeras para las que la artista malagueña es más, mucho más que una cantante. Jovencitas que jalearon de principio a fin todas y cada un de las canciones de un concierto en que Chambao se exprimió en escena, tocando y tocando sin parar. Y cuando pararon, sólo fue para tomarse un respiro, dejando en escena a los enérgicos Fuel Fandango, para terminar su actuación con el célebre «Ahí estás tú», impregnando la Copera de ecos y resonancias mediterráneas, aunque el momento álgido de la noche vino con la interpretación de esa dolorosa y excepcional «Papeles mojados».

 

Entre el público, los acérrimos de la banda, encantados. Para otros espectadores, sin embargo, el flamenco chill de Chambao no ha evolucionado en exceso y, por mucho que la sección rítmica incorpore flautas, saxos y clarinetes; escucharles en directo una canción detrás de otra deja una cierta sensación de deja vú.

 

Así, las barras de la Copera estuvieron tan nutridas como los aledaños del escenario, en una larga noche de música, charla y conversación que dejó un buen sabor de boca en un público que, con la batucada posterior a la actuación de Chambao bailó hasta bien entrada la madrugada.

 

Un concierto muy agradable, que si por algo se recordará en la memoria musical granadina es por la complicidad, la simpatía y la admiración que La Mari despierta entre un público fiel y generoso.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.