DICCIONARIO GRANAÍNO

Como complemento a la Guía Ciudadana con la historia y vida de Granada, que publicamos en este (celebrado) Post, dejamos ahora un diccionario que hará más fácil la estancia en Granada a los visitantes. Si no más agradable, al menos la hará más inteligible:

El granaino no llama por teléfono…………………….te da un toque
El granaino no se cae…………………………………… se da un porrazo
El granaino no es un triunfador………………………… es un artista
El granaino no se enamora………………………………. se enchocha
El granaino no tiene influencias………………………….. está enchufao
El granaino no concierta citas con los amigos…………. queda con los colegas
El granaino no corre………………………………………… se embala
El granaino no transporta………………………………… da viajes
El granaino no va……………………………………………. se llega
El granaino no duerme siesta……………………………. da cabezaíllas
El granaino no se alimenta………………………………. se jartá de comé
El granaino no trabaja……………………………………. curra
El granaino no se impresiona…………………………… se quea flipao
El granaino no orina…………………………………….. echa una meaílla
El granaino no sufre diarrea…………………………. se va por la pata bajo
El granaino no duerme………………………………… se quea frito
El granaino no rie………………………………………se da una pecha de reí
El granaino no pide que lo lleven…………………… pide que lo acerquen
El granaino no es tranquilo…………………………. está empanao
El granaino no es vago………………………………… es un lacio
El granaino no hace algo mal…………………………… la caga
El granaino no intenta ligar…………………………… intenta comerse algo
El granaino no es guay……………………………………… es perita en dulce
El granaino no es un buen tipo…………………………….. es buena gente
El granaino no esta cansado………………………………… está reventao
El granaino no se enfada…………………………………….. se mosquea
El granaino no le sale algo mal…………………………….. lo están mentando
El granaino no dice ‘tio’……………………… dice ‘vieho’

El granaino no es cualquier cosa………………..

                  ES UN SER ÚNICO Y EXTRAORDINARIO
Si eres granaino (aunque sea de corazón) pásalo.

¡Viva Granada!
Si no lo eres, ya sabes dónde se vive de lujo………en Graná.

MAD MEN

Cuando ví que el dominical de El País sacaba un especial de moda dedicado a la nueva estética retro que el arrollador éxito de «Mad men» había provocado en los Estados Unidos (y por extensión, en medio mundo) reconozco que no me sorprendió, al saber que la serie estaba basada en el mundo de la publicidad. Una serie que ha conquistado a los espectadores más exigentes y sibaritas, a los de gustos más selectos, talentosos y conocedores del medio.

 

«Mad men» es una de esas series de las que se escribe hasta el infinito en periódicos y revistas, y no sólo en la sección de televisión. Series de culto para inmensas minorías que, sin embargo, no terminan por constituir fenómenos de masas como «House» o «CSI». Porque tampoco es una serie fácil, protagonizada por uno de esos personajes turbios, complejos y contradictorios que caracterizan la nueva televisión del siglo XXI.

 

Hablar de «Mad men» es hablar de Donald Draper. Aunque hay otros personajes interesantes, como el de esa cambiante y voluble Peggy, la pieza sobre la gira la serie es el hierático, frío y talentoso cerebro creativo de la agencia de publicidad Sterling Cooper. En el primer episodio nos lo presentan como a un hiperactivo ejecutivo publicitario con una intensa vida de soltero, picoteando entre clientes y amigas, viviendo en el excitante centro de Manhattan.

 

Por eso, la sorpresa es monumental cuando, en el segundo capítulo, le vemos irse a casa. Una casa en un barrio residencial donde le espera, con la cena preparada, su deliciosa y rubia esposa y sus dos pequeñuelos, paradigma del perfecto sueño americano.

 

Lo mejor de «Mad men» no es tanto lo que muestra y lo que cuenta como lo que oculta y deja en la recámara. Lo que sugiere. Lo que apunta. Es una serie en la que los secundarios no paran de hablar, reír y enfollonar, pero cuya esencia está en los silencios de Draper.

 

Hay un capítulo en que su jefe entra al despacho y se lo encuentra sentado en un sillón, fumando, bebiendo, con la mirada perdida en el vacío; y le dice algo así como que muchas veces necesita convencerse de que no le está pagando un dineral por no hacer nada.

 

Y es que Draper vive de su genio. Y de su ingenio. Vive de su silenciosa capacidad de observación y de las conexiones neuronales que se producen en su tempestuosa materia gris. Y vive, siempre, de lanzarse al vacío, de huir hacia delante, de meterse en los berenjenales más insospechados y más inapropiados con las mujeres más inadecuadas. Draper es como uno de esos vampiros que viven de absorber la energía de todo lo que les rodea, esponja, filtro y alambique del más refinado elixir que existe: la esencia de la vida.

 

Draper es tan atractivo como repulsivo. Una de esas personalidades complejas que primero seducen para después asquear. Es tan inteligente como talentoso, pero frío como el hielo. Vengativo, duro y, sin embargo, adaptable… contempla la vida como si se desarrollara sobre un tablero de ajedrez, siempre atento a estrategias, movimientos e intereses.

 

Por eso está arrasando en los medios, objeto de análisis sociológicos y estéticos. Porque «Mad men» nos cuenta el mundo hipercompetitivo de hoy, hablándonos desde un pasado que entronca con los orígenes del marketing, auténtico motor del capitalismo contemporáneo. Habla de esos triunfadores de hierro que parecen haber hecho un pacto con el diablo y que, a cambio del éxito, renuncian a una vida plena y gozosa.

 

«Mad men» es una serie pausada, de lenta digestión, que se paladea como un buen whiskey añejo. Una de esas series que dan que pensar, que hacen reflexionar y cuyas múltiples lecturas ya la han convertido en un clásico del siglo XXI.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.