Ayer fue el día de Usain Bolt. Hoy es Marta, nuestra Marta Domínguez, la que nos ha hecho vibrar y la que ha conseguido que me emocione frente a la televisión como un niño pequeño. Anticipando la columna de IDEAL del próximo viernes…
Ayer fue el día de Usain Bolt. Hoy es Marta, nuestra Marta Domínguez, la que nos ha hecho vibrar y la que ha conseguido que me emocione frente a la televisión como un niño pequeño. Anticipando la columna de IDEAL del próximo viernes…
Si recuerdan, hace unos meses hablábamos de las 3D y de cómo iba a ser una revolución porque personajes como Spielberg, Peter Jackson o la gente de Pixar se habían decidido a filmar en dicho formato. Y había otro nombre, imprescindible, en dicha nómina: el esquivo, misterioso, ególatra, visionario y genial James Cameron. Éste sí que es el trailer oficial de la película. Y no dejen de leer este reportaje de IDEAL: la película más esperada del siglo XXI.
Su nueva película, «Avatar», va dejándose ver con cuentagotas.
Primero fue el cartel que tienen ahí arriba. Después ha sido la primera imagen oficial.
Y también un teaser, que en realidad no muestra nada y que puede ser más falso que el diente de oro de Judas Iskariote. Pero ahí está.
Porque la cuenta continúa. «Avatar». Noviembre de 2009. Seguramente.
Esa noche había puesto «Inland empire», de David Lynch, en el DVD. Aguanté despierto la primera hora. Después… no lo pude evitar. Cerré los ojos sólo un momentito… y Morfeo se adueñó de mí.
Tras lo que yo hubiera jurado que apenas habían sido unos minutos de sueño reparador, me despertó el estrépito de la maldita televisión. La película había terminado, el DVD se había apagado y la tele, que seguía encendida, se había conectado a alguno de los cutrecanales locales.
Medio adormilado aún, esperando encontrarme con el careto del alcalde o el de algún otro preboste de la ciudad, me fijé en las imágenes que proyectaba la caja tonta. Y no di crédito a lo que veía.
¡Aquella era mi casa!
Me froté los ojos y, de un salto, me incorporé del sofá. A través de la pantalla podía ver mi buganvilla y, justo delante, a un bombero, sosteniendo con fuerza una manguera de la que emergía un potente chorro de agua.
Cambió la panorámica de la cámara.
Enfocó a la puerta de la casa, a través de la que salía una notable cantidad de humo. Y, de repente, un sanitario salió de dentro, arrastrando una de esas camillas con ruedas. Sobre ella, a un tipo moreno le habían puesto una mascarilla. Los rostros del resto del séquito que salía del interior de mi vivienda no hacían presagiar nada bueno.
Y en ese momento, cuando inspiré profundamente para llenar los pulmones de aire, intentando contener la ansiedad que me invadía, lo noté.
Olía a quemado.
Entonces lo comprendí: una vez más me había quedado dormido, viendo una película, mientras me fumaba ese maldito cigarro por el que ella tantas veces ella me había regañado, antes de abandonarme, llevándose consigo a los niños, tras nuestra enésima bronca por mi afición al vodka y al tabaco nocturnos.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
Entrada destinada al Proyecto Florens, dedicado a Usain Bolt, el padre del Viento, y los cien metros lisos.
Del atletismo me gusta todo. Los lanzamientos, las pruebas combinadas, las carreras largas y el medio fondo. Pero, aunque los españoles jamás mojemos en ellas, las pruebas más excitantes son las de velocidad pura. Los cien metros lisos, o sea.
Con mi abuelo, nunca me perdía ninguna. Desde la época de los duelos entre Ben «El Fraude» Johnson y Carl «El hijo de viento» Lewis, he seguido fielmente las carreras de velocidad.
Y la razón por las que me apasionan estas carreras es porque son la mejor representación atlética de eso que el fotógrafo Cartier Bresson vino a definir como «El Instante Decisivo».
En los 100 metros no hay tácticas, no hay liebres ni compañeros. No hay codazos, no hay colocación. Sólo hay ocho calles, un cronómetro, una pistola y cien metros lisos y rectos por delante.
Nada más.
Como un duelo entre pistoleros del Oeste.
Instantes Decisivos.
Como los tiros libres en el baloncesto, con un partido empatado y pocos segundos en el reloj. Como los penaltis en el fútbol, después de una prórroga. Como un tie break en el quinto set de un Grand Slam de tenis.
Solo que, en los cien metros, el Instante Decisivo no es un accidente o un recurso necesario para terminar una competición. No. Los cien metros están concebidos como el Instante Decisivo por excelencia.
– «Corro tan deprisa porque, desde niña, he tenido que correr más rápido que las balas para no morir».
Así habla Verónica Campbell-Brown, ganadora olímpica, nacida en Jamaica, como la última hornada de los mejores velocistas mundiales.
– «Tenía que correr rápido para ir a hacer la compra y no hacer esperar a mis hermanos, y también tenía que ser la más rápida para hacerme un hueco en la mesa. Me pasaba el día compitiendo con mis hermanos, y ganándoles.»
Partiendo de esas mimbres, no es de extrañar que Verónica asombrara a sus profesores y que, desde muy pequeña, ya dejara traslucir la bestia que se escondía bajo su aparentemente frágil cuerpo.
Instantes Decisivos.
Momentos en los que no caben titubeos ni vacilaciones. En los que el error no puede existir ya que no hay rectificación posible. Una mala salida, un calentamiento inadecuado, una zancada errónea, una centésima de segundo marcan el éxito del fracaso en los cien metros.
Como, a veces, ocurre en nuestra vida cotidiana. Dependiendo de la vida que llevemos y del trabajo que desempeñemos, tendremos la ocasión de disfrutar de más o menos Instantes Decisivos. Pero a todos nos llegan. Una declaración de amor, una ruptura sentimental, una oferta de trabajo, una presentación en público, un examen, la palabra oportuna o el silencio inadecuado en una reunión… todos ellos pueden ser esos momentos que marquen un antes y un después en nuestra vida, sin que haya posibilidad de rectificación.
Evidentemente, para consagrarse como Campeón Olímpico de los cien metros, además de dar la talla en los menos de diez segundos que dura la final, hay que tener la genética adecuada. Y entrenar duramente, años y años. Y tener suerte, estando en el momento oportuno en el lugar adecuado. Y que te respeten las lesiones.
Pero, por supuesto, con todo ello no basta. Porque, una vez cumplidos todos los requisitos previos, algo que suelen hacer decenas, cientos de candidatos; hay que saber aguantar la presión de los Instantes Decisivos. Disfrutarlos. Gozarlos. Crecerse ante ellos, demostrando la verdadera pasta de la que se está hecho.
Porque es en los Instantes Decisivos cuando la vida pone a cada persona en su lugar, aupando a los ganadores, a los líderes y a los campeones sobre el resto del grupo. Quizá no sea el mejor de los sistemas posibles, pero no por casualidad, los cien metros lisos son la prueba reina del atletismo mundial y la que más espectadores convoca frente a los televisores de las casas de todo el mundo.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
Después subo una reseña literaria muy mística o, quizá, el último cuento que he escrito. Pero ahora tenéis que leer estas dos historias: El amor lo apostó todo a una carta, una joya de M. Victoria Cobo que publica hoy IDEAL y la fantástica, diferente y muy alejada de su estilo habitual página de Pérez Reverte en el dominical del periódico: La habitación del hijo.
Además, me están gustando mucho las columnas deminicales de Alejandro Sanz, cargadas de humor y sentido común, como esta clarividente «Lo estoy dejando». Y sobre la crisis que nos amarga, uno de los análisis más clarividentes y con los que más conecto, de la infinidad de ellos que he leído hasta la fecha, lo hace hoy Santiago Niño Becerra en su artículo «Lo que está pasando (Reloaded)».
A ver qué os parecen.
Nos vemos.
Jesús Lens, adicto a la prensa.