Por fin ha llegado el momento de presentar nuestro libro en casa. Doblemente en casa. Porque el viernes 2 de octubre, en la Mediateca de nuestro querido Nuevo Centro Cultural de CajaGRANADA, Fran Ortiz y un servidor presentamos nuestro libro «Hasta donde el cine nos lleve».
Será una ocasión muy especial para reunirnos a charlar de esas cosas que tanto nos gustan: el cine, los viajes y las películas. La vida, en una palabra.
Y, para la ocasión, contaremos con la presencia de mi muy admirado, querido y respetado Andrés Sopeña Monsalve, el único Profesor de Derecho que te miraba mal si te pillaba tomando apuntes. Uno de esos Profesores que, profesando su profesión, nos enseñaba a pensar. Nada menos. Sus clases eran a las 9 de la mañana, diariamente, y creo que no me perdí ninguna. Con eso, está todo dicho.
Porque, además, de un saber enciclopédico Andrés tiene, sobre todo, un buen humor ácido, sardónico y sarcástico del que todos los que hayáis leído «El florido pensil» podréis dar fe.
Tras la presentación, como es de obligado y deseado recibo, los autores firmaremos y dedicaremos libros y, sobre todo, aprovecharemos la ocasión para tomarnos un buen puñado de birras, a la salud de todos los presentes.
Esta foto doble es de Colin, que estamos en Barcelona…
¡en los escaparates! Gracias, socio.
Lo dicho. Viernes 2 de octubre. 20 horas. Mediateca del nuevo Centro Cultural de CajaGRANADA. En el interior de la pantalla, o sea.
Mi querida Burkina ha tomado por costumbre imponerme estas tareas virtuales reflexivo-literarias a las que venís asistiendo durante los últimos días y en las que participáis activamente, por lo que me siento especialmente feliz.
Hablando de cuál sería la siguiente, tras el Silencio, la Soledad, la Paciencia, el Rencor y la Rutina, me dio varias opciones, de entre las que nos quedamos con la Estabilidad. Pero a mitad de tarde, no sé la razón, me planteó hablar sobre la Perseverancia.
Pensando que está muy relacionada con la Paciencia, le dije que sí. Que me gustaba. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue el célebre dicho, no sé yo si acertado o no, de que «el que la sigue, la consigue».
Preguntado vía Twitter, Mauricio me contesta ácidamente que no. Que lo dicen para animarte y que sigas dándole con la cabeza a la pared, suscribiendo la tesis del escritor francés Jean Baptiste Alphonse Karr, para el que «nos gusta llamar testarudez a la perseverancia ajena, pero le reservamos el nombre de perseverancia a nuestra testarudez».
Y sobre esa base, planteando bronca, iba a comenzar estas notas cuando de repente… ¡le hubiese dado a Burkina un besazo de los que hacen época! Porque caí en la cuenta de que me había puesto a tiro hacer eso que tanto me gusta: ¡hablar de mi libro! 😀
Así comienza el capítulo dedicado al western clásico de «Hasta donde el cine nos lleve», del que muy, muy pronto tendremos más noticias:
«-Hemos fracasado. ¿Por qué no lo confiesa?
-No. El que nos hayamos vuelto no significa nada. Nada en absoluto. Si está viva, se salvará. Por unos años la cuidarán como si fuera uno de ellos…
-Pero ¿cree usted que hay posibilidad de encontrarla?
-El indio, tanto cuando ataca como cuando huye, es inconstante. Abandona pronto. No comprende que se pueda perseguir algo sin descanso. Y nosotros no descansaremos. De modo que al final daremos con ella. Te lo prometo. La encontraremos. Tan cierto como que la tierra da vueltas.»
Lo siento. No podía evitarlo. Tan, tan a huevo estaba el hablar de «Centauros del desierto» que… pues eso. Pero no me digan que el ejemplo no viene al pelo. ¡Siete años se pasaron Ethan y Martin buscado a su sobrina! Y, tan cierto como que la tierra da vueltas, terminaron por encontrarla.
Empecinado. Así soy yo. Lo reconozco. De hecho, hay quién hasta me llamaba «Empecinón». Cuando algo se me mete entre ceja y ceja, me convierto en el conejito de las pilas Duracell: y sigue, y sigue y sigue. Efectivamente, si hay algo que me caracteriza, es la constancia.
Pero con condiciones.
Primero, tengo que creer en ello. Tengo que estar convencido. Me tiene que apetecer. Y, evidentemente, cuanto más me apetece, más persevero en el empeño. Una relación directamente proporcional en la que juega otra variable: que su consecución sea posible. Si no… corro severos riesgos de abandonar. Ojo, consecución posible. Que no segura. Ni tan siquiera probable. La posibilidad, combinada con el interés, me lleva a ser constante y perseverante. En eso soy tirando a Confuciano: «El hombre superior es persistente en el camino cierto y no sólo persistente».
Un ejemplo: la carrera. Saqué Derecho a base de perseverancia. No porque me interesara especialmente, sino porque terminar la Carrera era algo que debía hacer. Sin embargo, cuando terminé quinto y me planteé qué hacer, ni se me pasó por la cabeza preparar oposiciones. El resultado era tan improbable que el esfuerzo no merecía la pena.
Tirando de memoria, hay varias cosas de las que me arrepiento haber dejado atrás, por no ser lo suficientemente perseverante. Como la música, por ejemplo. Por suerte, a medida que pasa el tiempo, vamos sabiendo dónde poner empeño y qué trenes debemos dejar pasar. ¡Qué rabia, cuando te das cuenta de que has dejado escapara un tren que era el tuyo! Un error garrafal. Pero, a veces, la vida te da segundas oportunidades y, pasado el tiempo, llegando a una estación lejana, encuentras que allí está, en el andén, aquel dichoso tren que se te escapó, por una mala y errónea valoración de las circunstancias. O por una confusión en los horarios. O porque la dirección que seguía era distinta a la tuya… Pero ahí está. De nuevo. La pregunta es, ¿habrá billetes en la taquilla? Aunque, si hablamos de perseverancia… ¿qué más da? ¿No habíamos quedado en que es un tren que, con billete o sin él, tienes que coger, sí o sí? Pues, ¡arriba! Vamos, como si fuera necesario asaltarlo… porque, como dijera Theodore Roosvelt, «es duro caer, pero es peor no haber intentado nunca subir».
O la Maratón. A quiénes me conocen… ¿hay una fisiología más antimaratoniana que la mía? Pues ahí me puse, empecinado, a entrenar como un demente. Y allá me fui, a Sevilla, a correr la Maratón. Y a terminarla. Aún lesionado desde el kilómetro 25. Que me dio igual. Don erre que erre. Pasito a pasito, lento pero seguro, viendo cómo me adelantaban decenas de corredores, pero sin andar ni un metro, hasta que crucé la meta. Pura perseverancia. Como dicen los rusos: «¡Caer está permitido! Levantarse es obligatorio». O, parafraseando a Lewis Carroll, «puedes llegar a cualquier parte, siempre que andes lo suficiente». Así alcancé la cima del Kilimanjaro y, bajo esa premisa, culminé enormes, memorables y descomunales travesías montañeras. Sin embargo, fue probar la escalada… y desistí. No. Aquello no era para mí.
Cuando alguien me dice que le gusta cómo escribo, aunque internamente se lo agradezco mucho más de lo que aparento, siempre le contesto con una gran verdad: en buena parte, es cuestión de entrenamiento. De ser persistente y perseverante. De borrar mucho. De leer y releer. De escribir y rescribir. De teclear, siempre y a todas horas: desde columnas y reportajes para el periódico a informes y comunicados en el trabajo. Y también valen los SMS y los Twitter, por supuesto, que te obligan a ser conciso hasta el extremo. Así lo defiende el historiador inglés Thomas Carlyle: «Si se siembra la semilla con fe y se cuida con perseverancia, sólo será cuestión de tiempo recoger sus frutos».
Hablando de la Paciencia decía que casi todo lo bueno que me ha pasado en la vida me llegó cuando actué pacientemente. Pues con más contundencia afirmo que todo lo que soy y lo que tengo se lo debo a la perseverancia. Sin atisbo de duda.
Es difícil no estar de acuerdo con que la perseverancia es una de las grandes virtudes que caracterizan al ser humano. Pero, en la sociedad de la lotería, el famoseo tomatoide y los pelotazos inmobiliarios… ¿habrá alguien que tenga el valor de decir que, con un buen braguetazo bien dao, todo solucionao?
Jesús Lens, perseverante en estas (y otras) lides.