¡ESTO ES ARTE!

Hablábamos el viernes de la Catarsis bastarda y de uno de los sentidos del arte. Pero ¿qué es el arte?

 

En una estupenda entrevista de Elvira Lindo, ese monstruo de la interpretación que es Ricardo Darín, hablaba de la última película que ha protagonizado, «El secreto de sus ojos», extraordinariamente acogida.

 

¿Te queda claro?
¿Te queda claro?

Y decía lo siguiente:

 

«La gente vuelve a verla, la exprime en charlas con los amigos. Sí. Ésa es la maravilla. Si la cabeza del espectador sigue trabajando después de ver una película es porque ese arte está vivo».

 

Un arte vivo, cuya contemplación sirve para aquilatar esa modalidad de Sabiduría de la que hablábamos anoche, y con la que no sé si están de acuerdo. Coincido plenamente con la reflexín de Darín y me apetecía compartirla. Así, «Malditos bastardos» o «Distrito 9», serían arte. ¿No creen?

 

Jesús Lens, con la cabeza a toda máquina.

 

PD.- Sobre la película de Darín, Carlos Boyero escribe lo siguiente: «Una historia dura y tierna, maravillosamente contada por Juán José Campanella… Mi economía no se atreve a asegurar que le pago la entrada a cualquier espectador decepcionado que siga desde hace tiempo mi concepción del cine, pero si saben de lo que llevo hablando toda mi vida respecto al cine y se sienten medianamente cómplices, vean esta maravillosa película.»

 

¡Ni modo!

SABIDURÍA

Otra palabra que comienza por S. Las Eses empiezan a copar las entradas blogueras, de un tiempo a esta parte. Desde el Silencio, mayormente ¿Casualidad? Será, si alguien cree en las casualidades…

 

Posiblemente, la frase más famosa de la antigüedad clásica es la socrática «sólo sé que no sé nada», una exageración que, a todas luces, resulta excesiva. Es cierto que, por mucho que aprendamos, siempre nos quedará infinitamente más por aprender, pero de ahí a defender la idiocia globalizada, media un abismo.

 

El niño que juega con fuego y termina quemándose, es sabio. Al menos, un poco más sabio que antes de hacerlo. Ese niño, aún sin saberlo, está dando la razón a Nietzsche, quien defendía que «para llegar a ser sabio, es preciso querer experimentar ciertas vivencias, es decir, meterse en sus fauces.» Aunque pueda parecer peligroso. Pero la vida es riesgo. Si no, no merece la pena.

 

La sabiduría es la Luz que resplandece al final del Camino
La sabiduría es la Luz que resplandece al final del Camino

Porque las teorías, el estudio y la meditación están muy bien, pero tenemos que hacer caso a Oscar Wilde, cuando decía que «más veces descubrimos nuestra sabiduría con nuestros disparates que con nuestra ilustración».

 

La sabiduría suele aparecérsenos como una cuestión estática. Y no lo es. Leemos, estudiamos, viajamos, escuchamos y vemos. Y adquirimos conocimientos. Meditamos, pensamos y relacionamos esos conocimientos. Y somos más ilustrados. Tomamos decisiones. Pero sólo basadas en teorías y pensamientos. ¡Confrontémoslas con la realidad! ¡Pongámoslas a prueba, antes de darlas como verdades universales! Como decía Goethe, «no basta saber, se debe también aplicar. No es suficiente querer, se debe también hacer».

 

No. Con ver y observar no basta
No. Con ver y observar no basta

Me gusta esta concepción dinámica, mutable y adaptable de la sabiduría. A fin de cuentas, «el sabio puede cambiar de opinión. El necio nunca», tal y como señaló Kant.

 

Por tanto, si la sabiduría consiste en saber cuál es el siguiente paso; la virtud está en llevarlo a cabo, siguiendo a David Starr Jordan.

 

A la sabiduría a través de la acción.

 

Just do it!

 

Just say Yes!

 

Yes. We can.

 

Jesús Lens, ¿supino ignorante?

 

PD.- No. Esta S no tiene que ver con ESTAS IMÁGENES. Aunque todo esté relacionado, claro.  

DISTRITO 9

Los seguidores habituales de esta bitácora ya van conociendo, además de mis personales, subjetivas y lógicas filias y fobias, a algunas de las personas que, real o virtualmente, juegan un determinante papel en mi vida bloguera.

 

Está, por ejemplo, mi hermanito Bomarzo, cuyo jardín es una gozada transitar cada mañana. Está Colin, dotado de una personal e intransferible mirada. La cotidianeidad de Nefer, la sapiencia de Rigoletto, la acidez de Foces o las intempestivas opiniones de mi Alter Ego.

Sin embargo hay otras personas que, desde el trasfondo, en la sombra y la silenciosa discreción, juegan un papel igual determinante en todo lo que podéis leer en esta página. Mi Cuate Pepe y su actividad incesante, por ejemplo. La clarividente claridad de Clarito, imprescindible.

Aun siendo distintos, la convivencia es posible
Aun siendo distintos, la convivencia es posible

Y ahí está, a tiro de certero SMS o fustigante correo electrónico, una de las personas que mejor me conocen: Jorge.

¿A qué viene este largo preámbulo, cuando se trata de hablar de una película? Primero, a que vamos anticipando esa anunciada entrada sobre los amigos, un tema siempre apasionante.

Además, a que precisamente mi amigo Jorge es uno de los tipos de los que más me fío cuando se trata de hablar de cine. Bueno, de cine y de otras muchas cosas. Pero en cuestión de películas, sólo Jorge es más fiable que Boyero.

 

Así, cuando le pregunté si le había gustado «Distrito 9», la auténtica sensación de la Ciencia Ficción de la temporada, en un puñado de caracteres me contestó lo siguiente: «Sí. Mucho al principio. Luego menos. Factura similar a «Monstruoso» de JJ Abrams».

¿Entienden ahora por qué me alargué tanto al principio? Y es que, una vez leído el certero análisis de Jorge sobre la película, ¿qué más podemos añadir?

 

Efectivamente, el planteamiento de la película es extraordinario. Una gigantesca nave espacial se ha quedado varada sobre el cielo de Johannesburgo. Una vez abierta, en su interior había un puñado de alienígenas desnutridos. Instalados en un campo de refugiados, empiezan a reproducirse y proliferar, chocando sus costumbres, hábitos y aficiones con las de los humanos. Y comienzan los problemas…

Partiendo del formato de falso documental que tanto predicamento está teniendo últimamente, la película avanza a un ritmo vertiginoso, mezclando influencias de clásicos como Alien con «La mosca» de Cronenberg, poniendo el acento en lo que significa ser distinto, ser otro, ser diferente. Algo de lo que, en Sudáfrica, saben mucho.

Y, además, hay un gran conglomerado financiero manejando los hilos de unas personas que, convertidas en marionetas, apenas pueden luchar contra el poder de las crueles multinacionales. Y están esos Aliens que, más allá de su aspecto entre cómico y monstruoso, se muestran más tiernos y sensibles que los propios humanos.

 

O sea, una buena película. Y, sin embargo, hay una parte que se me hizo algo pesada: la de la persecución por el Distrito 9 del violento mercenario al antihéroe. Un poco al estilo de tanto Terminator que ya hemos visto demasiadas veces.

Menos mal que el final del todo, con el poético gesto que pone el The End a la película, sin ser en absoluto feliz, te reconcilia con una propuesta fílmica muy interesante que demuestra que el gran cine, cuando hay talento, no sabe de etiquetas o géneros mayores o menores.

 

Valoración: 7

 

Lo mejor: la idea, el planteamiento y la tensión inicial de la película.

 

Lo peor: la persecución.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

CATARSIS BASTARDA

El domingo hablábamos de «Malditos bastardos» y anunciábamos que seguiríamos hablando de ella. Hoy, en la columna de IDEAL, así lo hacemos. A ver qué os parece.

 

Una de las preguntas recurrentes que se ha hecho el hombre a lo largo de la historia es la de para qué sirve el arte. Y las respuestas, múltiples, distintas y variadas, darían como para escribir varias decenas de tesis doctorales.

 

Entre otras muchas cosas, el arte puede servir para rescribir la Historia. Siempre me han gustado las ucronías, esos argumentos imposibles que parten de planteamientos como ¿qué habría pasado si los norteamericanos no hubieran intervenido en la II Guerra Mundial? ¿Y si los nazis hubiesen dispuesto de la bomba atómica? O, en clave local, como contó Fernando Marías en «La luz prodigiosa», ¿qué habría ocurrido si, en verdad, Lorca hubiese sobrevivido a su fusilamiento? Historias que, partiendo de hechos ciertos, juegan con la realidad para inventar situaciones nuevas, imprevisibles, sorprendentes e ilustrativas.

 

Pero, además, el arte puede ser una venganza contra esa cruda realidad histórica. Que es justo lo que hace Quentin Tarantino en su última, compleja, discutida y contradictoria «Malditos Bastardos».

 

La película comienza en 1941, en la Francia ocupada por los nazis. Encontramos a un ganadero galo, de planta impresionante, cortando leña. Llegan tres alemanes en una moto. Y comienza uno de los mejores diálogos de la historia del cine moderno, veinte fastuosos minutos en los que, armado con un vaso de leche, papel, pluma y mucha labia; Hans Landa, un nazi cazajudíos, convierte en un guiñapo al francés de noble planta, reduciéndolo a la nada.

 

Hans Landa. Peor que malo
Hans Landa. Peor que malo

El personaje de Landa se erige en uno esos malos de cine, siniestramente atractivo e hipnótico, que permite al guionista y director, en justa correspondencia, urdir una brutal trama de asesinatos, venganzas y violencia granguiñolesca que, como ocurre con los toros, ha despertado división de opiniones entre el respetable.

 

Hasta llegar a ese final del que tanto se habla y que ahora vamos a destripar. Advertido queda para que el lector pueda dejar de leer en este punto. Porque, ¿no es pura justicia poética ver cómo Hitler, Goebbels y el resto de la alta jerarquía nazi perecen asfixiados, achicharrados, tiroteados y bombardeados por la conjura judía, dentro de una sala de cine?

 

Para mí fue una auténtica gozada, qué quieren que les diga. El cine, no sólo rescribiendo la historia, sino vengándose cruel y despiadadamente de una de las mayores aberraciones de la historia de la humanidad, con el rostro de la chica judía convertido en un vengador Golem de humo que evoca el horror de las cámaras de gas.

 

«Malditos bastardos» es una película de Tarantino al 100%, con sus diálogos prodigiosos, sus largas secuencias en las que la acción es puramente verbal y gestual y, después, por supuesto, con sus ejercicios de salvaje violencia desatada, en los que no se salva ni el apuntador. Una película que irrita tanto como enamora, pero que no deja indiferente a nadie, algo que debería ser obligatorio en cualquier manifestación artística que se precie.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.