REAL MADRID: ¿INSULTO O SOCIOS SIN HUMOR?

A los socios del Real Madrid de baloncesto, el club les ha obsequiado este año con un regalo muy especial: un «pack» consistente en tablero de cartón, barra de plástico para colocarlo en una papelera y  los Dos Balones oficiales del Real Madrid que se acompañan en la foto.

 

¡Menudo par de pelotas!
¡Menudo par de pelotas!

Los socios, cabreados, han tirado el regalo, despreciándolo olímpicamente. ¿Será la venganza por lo de Río de Janeiro, se ha pasado el Club cinco pueblos o es que los socios del Madrid han perdido su sentido del humor?

 

Jesús Lens, divertido.  

NOWHERE?

Correr 25 kilómetros por la Vega puede producir monstruos:

 

Allí se encontraba. En mitad de ningún sitio. Hacía unas semanas que había emprendido un camino difícil y complicado. Aún cargado de energía, ilusión y esperanza, tenía sus recelos. Sabía que la empresa no era fácil, los escollos eran numerosos y el sendero, serpenteante, tortuoso y, sobre todo, largo. Muy largo.

 

Pero se conocía. Se había preparado a fondo y estaba convencido de que, dando lo mejor de sí mismo, si la suerte y las circunstancias le acompañaban, culminaría la empresa con éxito.

 

Y allí se encontraba. En la mitad del camino. Seguir adelante o volver atrás no era una decisión que tuviera sentido. No había atajos, desvíos o trochas. Lo sabía cuando emprendió la marcha. De hecho, por eso había elegido precisamente esa ruta y no ninguna otra. Era parte del reto. Del encanto. Las había más fáciles. Más accesibles. Más cortas. Pero su camino era ése. La experiencia acumulada así se lo había indicado.   

 

Y, sin embargo, había ocasiones en que, cuando se volvía para mirar de dónde venía y, después, se giraba para escudriñar el horizonte, se sentía perdido. En mitad de ningún sitio. Sólo se escuchaba el Silencio, pero ninguna señal era visible ni perceptible. Era lo que tenía el viajar sin mapa ni GPS. Que, muchas veces, el camino pinchaba por demás.

 

Pero no se arrepentía. Ni se preguntaba el célebre «qué hago yo aquí» que le había asaltado en otros viajes anteriores. No. Esta vez estaba absolutamente seguro y convencido de haber emprendido el camino correcto. El definitivo. Sólo que, a veces, se sentía perdido, cansado y desalentado. Solo.

25 KILÓMETROS DE VEGA

Los asiduos a esta Bitácora sabéis que, entre cosas, me gusta correr. Pero desde la conquista de aquella lejana Marasevilla, que supuso un punto de inflexión en mi escueta biografía como corredor, apenas hablo de dicha afición. Y mira que me provocó reflexiones y meditaciones

 

Pero no he dejado de correr, ni mucho menos. Lo que pasa es me cuesta centrarme en ello. Apenas he competido desde febrero e, incluso, me alejé de mis compañeros Verdes y su luminosa compañía, al sentirme lejano a sus proezas.

 

Con un puñado de Verdes...
Con un puñado de Verdes...

Este sábado, sin embargo, salí con ellos a hacer una impresionante ruta de 25 kilómetros por la Vega granadina, saliendo del Estadio de la Juventud, pasando por la Puleva, Pedro Ruiz, Fuente Vaqueros y, por fin, Pinos Puente.

 

Volví a sentir las mejores sensaciones y, cuando terminamos el recorrido en 1 hora y 58 minutos, a un promedio de 4,45 minutos el kilómetro, me sentí exultante. Tanto por el recorrido como por el kilometraje, por el tiempo empleado y, sobre todo, por el placentero bienestar de haber disfrutado con los amigos de una extraordinaria mañana atlética y, sobre todo, amistosa.

 

Pero dejo que sea Javi, uno de los amigos de Las Verdes, el que cuente más detenidamente esa estupenda mañana. Sigan el enlace y disfruten con la evocadora y precisa prosa de la Bestia Verde…

 

Jesús Lens. Bien encaminado.   

FRAN Y HASTA DONDE EL CINE NOS LLEVE

Hace unos días presentábamos en Granada, por fin, «Hasta donde el cine nos lleve», tal y como contamos, emocionados, en ESTA ENTRADA, que terminábamos haciendo referencia a Fran, coautor del libro y amigo ausente en dicha presentación por las razones y motivos que explica en estas notas que ahora reproducimos, dedicadas a todos los buenos amigos que nos acompañasteis ese viernes tan memorable:

  

 

Amables amigos presentes:

 

Me pide Jesús, mi compañero del tan fatigoso como placentero viaje de escribir este Hasta donde el cine nos lleve, que redacte unas líneas a propósito de nuestro libro con el fin de suplir, aunque sea solo un poco, mi ausencia… como si yo fuese indispensable o algo parecido. Mi primer impulso es, como aquellas jovencitas que perseguían Alfredo Landa  y la pareja Pajares-Esteso, hacerme el sueco, y simular que no he recibido el mail, pero luego me acuerdo de que Stanley Kubrick, poco antes de morir, agradeció uno de los muchos premios que recibió pero que no recogió en persona a través de un vídeo en el que humilde -sí, Kubrick podía ser humilde- se mostraba como alguien que no merecía tanto galardón. Pues yo merezco mucha menos cancha, pero no puedo evitar el morboso placer de homenajear mediante esta nota al autor de 2001. Una odisea del espacio.

 

Precisamente 2001 es una de las primeras películas que aparecen en nuestro libro, que seguro que nuestro maestro de ceremonias Andrés Sopeña Monsalve y el bueno de monsieur Lens les presentarán como ustedes merecen. O sea, muy bien. Pero aunque Kubrick es un director al que idolatro, mi recuerdo primordial a la hora de dirigirme a ustedes es para David Lynch, posiblemente el realizador que me enseñó a amar el cine, y para Una historia verdadera, la película en la que el por lo general inquietante y desconcertante cineasta norteamericano reveló su faz más luminosa y fordiana… de John Ford, el director, no de Henry Ford, el de los coches. Porque Alvin Straight no necesitó de ninguna ayuda del Sr. Ford, de Henry digo, para cruzar varios estados y reencontrarse con su hermano enfermo; le bastó con una vieja segadora John Deere.

 

Las líneas sobre Una historia verdadera fueron las primeras que, al menos en lo que a mi parte concierne, se escribieron de este libro. Luego llegaron muchos más viajes, largos y fugaces, célebres y anónimos, y muchas más películas, míticas o no muy conocidas, buenas o menos buenas. Pero todas con la idea del viaje como eje central y nexo de unión.

 

Hoy no puedo estar con ustedes porque me he visto embarcado en otro viaje, uno muy especial: el de la paternidad, condición inminente que cualquier día de estos llega de sopetón y no quiero ni puedo permitir que me pille a demasiados kilómetros de mi hogar en Alicante. Así pues, espero me disculpen, y créanme que lamento muchísimo no estar ahí con ustedes… por puro egoísmo, por volver a visitar la ciudad que tanto me deslumbró cuando estuve allí hace un par de años, si bien estoy tranquilo porque, como decía al principio, dejo el asunto en las mejores manos.

 

Mi único consuelo es que no tendré que escuchar por enésima vez, con esto de publicar un libro y tener un hijo en el mismo año, que solo me queda plantar un árbol, algo que a un urbanita como yo se le hace muy monte arriba. Eso se lo dejo a Jesús Lens, la mitad más aventurera y viajera del equipo.

 

Lo dicho: que muchas gracias por asistir y por interesarse en un proyecto en el que hemos puesto mucha dedicación y todo el cariño del mundo. Les deseo, de todo corazón, la posibilidad de hacer muchos viajes de verdad allá a donde quieran ir, y deseo que nos dejen que los viajes de mentira, los del cine, los pongamos nosotros. Un fuerte abrazo para todos.

 

Francisco J. Ortiz.

FROZEN RIVER

El comienzo de «Frozen river» lo cuenta todo. Un niño se levanta de la cama porque ha llegado un camión que, en su remolque, transporta una gran casa prefabricada. Pero a los cinco minutos, el camión se da media vuelta y se va: la madre no tiene dinero para pagar los 4.500 dólares que completan los primero 1.500 que entregó como señal: su marido ha cogido el dinero y se ha marchado. A Atlantic City, seguramente. A jugárselos.

 

Sin grandes dramatismos ni excesos, pero con una enorme carga de emoción y profundidad, «Frozen river» cuenta una historia de mujeres pobres, pero dignas. De supervivientes natas. De una amistad que está más allá de las convenciones habituales.

 

Porque, cuando Ray, la protagonista, sale a buscar a su marido, se encuentra con Lila Littlewolf, una india mohawk. El escenario, los gélidos paisajes de la frontera entre los Estados Unidos y Canadá. Porque estamos justo en las semanas anteriores a la Navidad. Y, como en toda zona fronteriza que se precie, y más si parte de ella está ocupada por una reserva india que tiene sus propias autoridades; el contrabando prolifera. Inevitablemente, de la mano de Lila, Ray acabará participando en algunas de estas actividades delictivas.

 

A través de una narración tranquila y premiosa en la que el frío y el hielo sirven como perfecta metáfora de la vida de las protagonistas, la película discurre sin grandes aspavientos, contando de una forma muy naturalista la relación que se establece entre dos mujeres a las que la vida no ha sonreído, precisamente.

 

Mujeres que se dedican a transportar, en el maletero de su coche, a inmigrantes que pasan de Canadá a los Estados Unidos. Unas veces son chinos, otras veces son chicas provenientes de los países del Este y, también, una pareja de pakistaníes. Para evitar los controles de la policía, han de atravesar un río helado. Y cuanta menos vigilancia hay, más fina es la capa de hielo que han de cruzar y, por tanto, más arriesgado el tránsito…

 

«Frozen river» es una de esas joyitas que, sin hacer ruido y con total discreción, se cuelan en las carteleras españolas entre grandes estrenos multitudinarios, cargados de todo tipo de pirotecnia, ruido y furia mediáticos. Una película tan sencillita como emocionante, de las que te hacen sentir que, más allá de los grandes presupuestos, el marketing, los efectos especiales o la nacionalidad de una producción; lo importante es el talento, la sensibilidad y las ganas de contar una historia que llegue al público.

 

Y, en este caso, desde el principio de la película, el espectador conecta con Ray y con Lila. Y con los hijos de la primera, tan vulnerables, tan contradictorios, tan reales; simpatizando con una historia tan triste como creíble. Porque nunca sabes hacia dónde te puede conducir la vida ni lo que estarías dispuesto a hacer para darle un hogar a tus hijos.

 

Y el final, tan justo, tan apropiado, tan redondo, tan perfecto, tan emocionante…

 

«Frozen river». Una película pequeña para hablar de las cosas grandes e importantes de la vida.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

Valoración: 8

 

Lo mejor: la fortaleza de las mujeres.

 

Lo peor: que no haya más películas como ésta.