Con relación a los Cuaversos de esta mañana, me resulta imposible escuchar esta canción sin que el cuerpo se me llene de escalofríos, sobre todo, cuando va acompañada de las imágenes de esa condenada obra maestra de Francis Ford Coppola.
¿No hay momentos en que, de repente lo veis claro, cobrando conciencia de que El Momento indefectiblemente ha llegado?
¿Qué nos queda entonces, excepto plegar velas, quemar las naves y volver a los cuarteles de invierno?
Sí. Hoy es uno de esos días.
The end.
Debajo, la letra, y después, la versión completa de la canción, con Jim Morrison.
This is the end
Beautiful friend
This is the end
My only friend, the end
Of our elaborate plans, the end
Of everything that stands, the end
No safety or surprise, the end
Ill never look into your eyes…again
Can you picture what will be
So limitless and free
Desperately in need…of some…strangers hand
In a…desperate land
Lost in a roman…wilderness of pain
And all the children are insane
All the children are insane
Waiting for the summer rain, yeah
Theres danger on the edge of town
Ride the kings highway, baby
Weird scenes inside the gold mine
Ride the highway west, baby
Ride the snake, ride the snake
To the lake, the ancient lake, baby
The snake is long, seven miles
Ride the snake…hes old, and his skin is cold
The west is the best
The west is the best
Get here, and well do the rest
The blue bus is callin us
The blue bus is callin us
Driver, where you taken us
The killer awoke before dawn, he put his boots on
He took a face from the ancient gallery
And he walked on down the hall
He went into the room where his sister lived, and…then he
Miedo de daba ir a ver la versión cinematográfica del «Vicky el vikingo» y que me destrozara el delicioso recuerdo de aquella fantástica serie de dibujos animados que tan feliz nos hiciera hace años. Pero no. Ni mucho menos. La película tiene el mismo espíritu festivo, divertido y libertario de entonces y, sinceramente, me lo pasé pipa, disfrutando como ese querubín que, a la salida del cine, sólo quería jugar, correr, perseguir gatos, ir a los columpios y disfrutar como un loco de la tarde dominical.
Sobre el espíritu de la película, su director, el alemán Michael Bully Herbig, dice lo siguiente: «Por lo que a mí respecta, Vicky el vikingo ha quedado definido por la serie de dibujos desde hace ya más de 30 años. Visualmente, era la expectativa que quería cumplir. Mi mayor preocupación era decepcionar a los fans de Vicky. Por eso decidí tomar únicamente la serie de televisión como modelo para la película».
¡Y bien que hizo!
Porque desde el principio te metes en la historia con la inocencia y la candidez de un niño, pero sin que la película sea un insulto para la inteligencia de los adultos que decidan darse un garbeo por la aldea de Flake.
Aunque, como decíamos, la historia mantiene el espíritu primigenio de la serie, el argumento es completamente nuevo, planteando el secuestro de los niños de la aldea por parte del tan temible como divertido Sven y el mito del Cuerno de Thule, dando entrada a misteriosos personajes exóticos, demonios y barcos fantasma.
Y, por supuesto, están Ulme, el poeta, siempre con su lira a mano. Están Gorm, que se muestra necesariamente ¡entusiasma-do!, y el glotón de Flaxe. Snorre y Tjure aprovechan para seguir dándose mamporrazos con cualquier excusa y la preciosa Ylvie sigue siendo la chiquita más deseada por todos los niños.
En su hora y veinticinco minutos de duración hay peleas, broncas, viajes, bromas, música y diversión a raudales. Y unos paisajes espectaculares. Los escenarios naturales donde se filmaron las secuencias marítimas están en el lago Walchensee, en Baviera. Matthias Müsse, diseñador de producción, comenta: «El paisaje es muy similar a un fiordo noruego y la bahía era ideal para construir la aldea vikinga». Müsse descubrió por casualidad que Walchensee ya había servido como escenario de películas de vikingos hace 50 años. En 1958, Kirk Douglas, Tony Curtis, Ernest Borgnine y Janet Leigh rodaron allí ese gran clásico que es «Los Vikingos» y, un año después, la productora de Douglas regresó a ese mismo lugar para rodar una serie de televisión derivada de esa película, «Tales of the Vikings».
Y una cuestión acerca de la polémica sobre los cascos de los vikingos, en la que el director de la película lo tiene claro: «Para mí no cabía duda de que había que usar los cascos y la ropa de los vikingos tal y como aparecía en la serie de televisión, por mucho que todos los expertos actuales en vikingos puedan demostrar sin la menor duda que nunca llevaron cuernos en los cascos». Se llegó a un compromiso: los cascos tendrían cuernos, pero se envejecerían para que parecieran usados, desgastados y abollados.
Igual que hicieron con la aldea vikinga tan, tan realista, hasta el punto de que se ha conservado íntegramente, guardada en uno de esos museos cinematográficos que los grandes Estudios mantienen para que los visitantes disfruten paseando entre los decorados de distintas películas y que, a buen seguro, servirá como escenario para las próximas entregas de la estirpe de este Vicky que, rascándose la nariz cuando tiene una buena idea, conquista a chicos y a grandes en este siglo XXI, que tan cariñosamente acoge a esos vikingos tan nobles como brutos.
Cuando mi Cuate me mandó un SMS desde Munich, desde plena Oktoberfest, diciendo que el sábado íbamos a ir a ver una exposición de fotografías de su sobrina Lucía, pensé que había trasegado más cerveza de lo que su cuerpo podía admitir ya que su sobrina, que yo recordara, era una jovencísima cuasi-infanta. ¿Una exposición de fotos? ¿De qué?
Pero sí. Resultó que mi Cuate aún estaba lúcido al mandar el SMS. Efectivamente, en un bar-tienda (o tienda-bar) de la calle Buensuceso, en el número 5, junto a la Plaza de la Trinidad, hay un atractivo local llamado Living Room. Y allí hay una sorprendente exposición de fotografía basada en unas muñecas llamadas Blythe, de las que hasta ahora no sabía una palabra y a las que, desde el sábado, admiro poderosamente.
Y es que el mundo avanza que una barbaridad y las muñecas ya son más, mucho más que juguetes. Lo que tampoco tendría que extrañarnos: si los coches son objeto de tuneo, ¿por qué no van a serlo las muñecas?
Y, más allá, una vez que tienes una preciosa muñeca, peinada, vestida, maquillada… ¿por qué no sacarla a ver mundo, llevarla a la Alhambra o a la playa? Y una vez allí, como hacemos todos, ¿por qué no fotografiarla?
Pues de eso va la exposición Playblythe, cuyo Blog podéis seguir a través de este enlace.
Y sus dos artífices son las tan efectivamente jovencísimas como talentosas Puri Merino y Lucía Palacios.
Si os pasáis por el citado local veréis que las muñecas son una pasada, pero que las fotografías las engrandecen y les insuflan vida, más allá de la ropa y la expresión de sus caras. Los retratos son auténticos instantes detenidos en la biografía inventada de unos objetos inanimados, pero que rebosan de vitalidad. Tanta, que me hasta me dio rabia que una de ellas estuviera leyendo «La sombra del viento», como bien descubrió Miguel, en vez de nuestro querido «Hasta donde el cine nos lleve». 😀
Una preciosa y deliciosa exposición que demuestra que, teniendo creatividad y talento, el arte surge en los rincones más insospechados.
Si tenéis un hueco, no dejéis de pasaros por Living Room. Os llevaréis una más que grata sorpresa.
Tantas presentaciones de libros de amigos y conocidos, en Semana Negra Gijón o en la propia Granada; que siempre soñé con la mía, con la presentación de un libro propio.
Tantos libros leídos y tantas palabras escritas en forma de cuento, relato, columna o artículo; entrada bloguera, e mail, SMS o comentario… que me faltaba un libro. Y quiso la Diosa Fortuna que un día feliz se nos cruzaran los cables a Frankie y a mí y decidiéramos escribir uno que combinara dos de mis grandes pasiones: los viajes y el cine.
Ya no me queda nada más que decir del libro, pero sí del feliz acontecimiento del pasado viernes, uno de los más especiales de mi vida, que fue un honor y un privilegio compartir con tantos amigos.
Doblemente en casa.
En Granada y en ese Centro Cultural de CajaGRANADA tan especial y maravilloso. Con el añadido de que la nuestra ha sido la primera presentación que se ha hecho en esa Mediateca tan especial, alabada y reconocida por todos.
¿Qué os pareció, el lugar, el ambiente, la presentación y las birras posteriores? Porque pocas veces una convidada genérica como la del viernes resultó tan grata y agradable.
Los amigos. Cuando estaba en la Plaza de las Culturas, entre las fotos de Afanador, y os veía llegar… cada rostro amigo, cada sonrisa, cada beso, cada abrazo eran una auténtica inyección de adrenalina, un chute de emoción. Un subidón. Daniel fue el primero. ¡Esta vez sí! Y, pronto, un montón más de amigos. ¿Cuántos nos juntaríamos? Uf. No sé. ¡Por lo menos cuarenta o cincuenta!
Y cuando el pequeño David se plantó frente a mí, con esos ojos azules abiertos de par en par, sonriendo, mirándolo todo con esa curiosidad infinita que sólo tienen los niños, fui dichoso y feliz. Sí. Ya sí. Ya la velada tenía que ser perfecta. Como así fue.
¿Y cuando Silviña se quedó parada, ante mi cara de estupefacción, pensando que no la reconocía, después de venir de Toledo para darme una auténtica y preciosa?
Y cuando Andrés Sopeña decidió que no. Que era una pena, pero que renunciaba a presentar nuestro libro en público, pasando después a desgranar sus razones para tan inteligente decisión, conquistando a todos los presentes con su buen humor, con su discurso clarividente y su capacidad de conectar con el público…
Una intervención larga, divertida y fustigadora que me permitió disfrutar de todos los amigos que estabais ahí sentados, imantados ante el discurso de Andrés. Veía a los compis de trabajo, a los antiguos colegas de carrera, a algún amigo del baloncesto, de los veteranos y de los más recientes, Álvaro y Paco. ¡Y toda la infantería de Los y Las Verdes, al pie del cañón, con esas caras enjutas, morenas y afiladas por las decenas de kilómetros recorridos, solos o en compañía de otros!
En primera fila, incondicionales, inasequibles al desaliento, cuando no hacía ni dos horas que habían vuelto de un viaje de tres semanas, Panchi y mi Cuate Pepe.
Y junto a ellos, mi Amiga. La sonrisa más deslumbrante, la mirada más atenta, preciosa y cariñosa del mundo (¡Sí! ¡Era verdad y posible!) La sonrisa más preciada. Y su amiga Inma junto a ella. Y David, chiquito, imperturbable, aguantando el tipo, valiente, generoso y tranquilo.
Y la Familia. Que desde el sábado, la Familia es otra cosa. ¡La Familia! Hasta la pequeña Carrillos se conjuró para que todo fuera perfecto. Tanto que hasta eché de menos una de esas rabietas de carácter que tiene. Para hacer unas risas. Pero como estaba con Paqui, estaba tranquila y feliz. Y así pudimos hablar de «Centauros del desierto» con Jose, recordando a quiénes le debemos haber aprendido a ver cine… y todo lo demás. ¿A que sí, Mamen? Que menudo detalle de José Antonio y Mari Carmen, llegar directos de Madrid, con los niños, al Centro Cultural, para alegría inmensa de Manuel y la tía Juani.
Y ahí estaba Rash, con un tebeo tan colorido como oportuno. Y José Miguel, ¡con dos libros! Y Juana y José Manuel, almas, cerebros y músculo de la editorial ALMED, que confió en Fran y en mí y que tan extraordinario trabajo realizan.
Creo que podría nombrar, empezando por el principio y hasta el final, a todos los que estabais. Incluso a los que, al final, de pie, aguantasteis estoicamente la charla. Veía asomar a Jorge y a Charo, sonriendo. Y a Octavio. A Mir y a Sandra. Y allí estuvieron, como un clavo, Diego y Magali. Y la pregunta de Rafa, generosa reflexión, tras su precisa presentación del acto. A Pedro y Yolanda, siempre cómplices.
Y Jesús y Manolo, fuente de inspiración constante, con quienes hasta la charla más breve se convierte en excitante provocación para las neuronas.
El de MagoMigue, que fue a la presentación dos veces, por cuestión horaria, fue uno de los primeros de los libros que dediqué esa noche. Gracias a Maria José y a esa imprescindible librería Picasso, nos hartamos de firmar, en el bar donde tan buenos ratos hemos pasado estos meses, con Francis, Isa y el resto de amigos de los Tartessos.
Allí estaban las siempre fieles, constantes e imprescindibles almas blogueras, Clarito y Pinar. Y los corrillos crecían, se movían, se hacían y se deshacían. Lo mismo veías a Anabel con los colegas de trabajo que a la gente del Balneario de Alicún con Andrés. Y los proyectos, con Serrano y Eva. Las visitas, las lecturas, los encuentros pendientes.
Y la firma de libros. Sé que soy un pelma y que me alargaba hasta el infinito con cada una. Pero en un día tan especial, me lo pedía el cuerpo. Todas, cada una de esas dedicatorias me las llevo clavada en el corazón. Algunas me salieron mejor y otras peor. Pero todas son únicas, personales e intransferibles. Como la que me encargó David para Sara y David, en el momento y en el lugar idóneos. Al final, ¡siempre estás en los momentos más especiales! 😀
Sé que no he nombrado a todos los que fuisteis. Pero estabais. Y estáis. Aquí dentro. En el pecho. Igual que todos los que no pudisteis ir. Pero queríais. Que esas cosas se saben y se notan. Gracias por vuestros mails, SMSs, llamadas y demás muestras de afecto y cariño. Gracias por vuestros mejores deseos, besos y abrazos. De verdad. Ya forman parte de esos grandes momentos que hacen una vida mucho más bonita.
Y no hablo de Frankie, mi coautor y amigo… porque le daré la palabra a él, directamente, dentro de poco. Y a Cristian y a Raquel, además de darle a Cris las gracias por las fotos y las felicidades por su cumple, hay que darles un abrazón por su optimismo contagioso.
Una vez más: ¡GRACIAS! ¡OS QUIERO!
Sólo por compartir días como el viernes, merece la pena el esfuerzo y el sacrificio de escribir un libro.
Jesús Lens, emocionado y más feliz que unas castañuelas.