Pobre. Muy pobre la traducción del título original de la última genialidad de Roman Polanski, «The ghost writter». Es verdad que, en castellano, «El escritor fantasma» nos podría hacer pensar en tipos como Juan Manuel de Prada y, automáticamente, arruinar el taquillaje de la película. Por lo era necesario hacer una interpretación. Pero… ¿»El escritor»?
Si precisamente los personajes se pasan toda la película ironizando sobre el no ser escritor por derecho propio del personaje interpretado por Ewan McGregor. Porque, en realidad, su personaje interpreta a un negro. A un negro literario, se entiende. Al que escribe para que otro firme en su nombre. A ese tipo que pone la letra a las autobiografías de gente famosa, sin ir más lejos.
En el caso que nos ocupa, el Escritor Fantasma, el Negro, ha de trabajar en un manuscrito sobre la vida del ex primer ministro inglés, que vive en una casa de diseño, aislado en una isla de la Costa Este norteamericana. Un manuscrito redactado por otro Negro anterior, fallecido en extrañas circunstancias.
A partir de ahí, en un ambiente claustrofóbico, se desarrolla la acción de una película que, cargada de sutilezas, nos habla sobre algunos de los más recientes episodios de la política internacional, mostrados a través de las cámaras globalizadas de la CNN, pero desde la óptica de los personajes encerrados en una casa, cercada y encerrada en una isla en la que no para de llover.
Una casa de diseño, aparentemente majestuosa pero que, en realidad y con sus cuadros de arte contemporáneo, es más fría que un carámbano. Como los personajes que la habitan, desde el ex Primer Ministro y su esposa, protagonistas de un matrimonio en disolución, a las ayudantes del ex-Premier. Una casa en la que se comen sandwiches, de forma compulsiva. Una casa en la que la privacidad no existe, con tanto ventanal, cristal y espacio diáfano.
Perfecta y precisa metáfora de nuestro tiempo: transparencia, pero dentro del encierro. Globalización, pero residiendo en una isla semivacía. Conectividad total, pero desde el aislamiento más absoluto. Y, en medio, mentiras, envidias, conspiraciones, persecuciones, fantasmas, investigaciones, teléfonos que suenan, teléfonos que callan, GPS´s, cinismo, amor, sexo, lujuria…
Cuando se dictó la orden de detención de Polanski, la película ya estaba filmada. La supervisión del montaje, sin embargo, fue llevada por el director desde su encierro en su chalé de Suiza, del que no podía salir. ¿Como evitar el proclamar eso de la vida imita al arte y el arte imita a la vida?
«El escritor» es una película sobresaliente de las que, al terminar, te dejan aplastado contra el asiento, de las que recomiendas con pasión a todo aquel con el que te encuentras, a sabiendas de que no quedará defraudado por un Roman Polanski al que lo ajetreado de su vida personal no hace sino engrandecer una obra compleja, enigmática, variada y siempre atractiva.
Valoración: 8
Lo mejor: El comentadísimo y alabadísimo final. La DGT debería pronunciarse al respecto.
Lo peor: Nada. Sólo una pregunta: ¿por qué el prota le va contando todo a todos, sin distinción de género, edad, filiación, color, raza o nacionalidad?