CUANDO LAS BARBAS DE LOS RICOS VEAS CRECER…

Esta columna salió publicada en IDEAL cuando andábamos de viaje, entre Perú y Marruecos. Ahora y solo ahora la blogueamos, a ver qué os parece.Una vez me dejé barba. Menudo desastre. Era una barba mustia y desigual, que salía a rodales y me daba un aire infecto, más descuidado de lo habitual. Me hacía parecer un tipo facineroso y alarmantemente sospechoso así que, rendido a la evidencia, me la afeité. Lo que no sabía entonces era que, de haber perseverado en el cultivo de aquella infame mata de pelos locos, ahora sería un tipo perfectamente adaptado a la moda del momento.

¿Vieron las fotos de Antonio Banderas, hace unos días, en su fugaz visita a Granada? ¡Tremenda y luenga barba abigarrada, entreverada de canas sin complejos! Dicen que es para su interpretación de Zorba el Griego, pero yo pienso que esa barba va mucho más allá de un simple requerimiento de cásting, a la verdad. Porque, ¿no es igualmente espantosa la barbita que luce, de un tiempo a esta parte, el guapo de Brad Pitt?

Para mí que los astros de Hollywood, incómodos por ser monstruosamente ricos en un mundo que se desangra por culpa de la crisis financiera internacional, han decidido mostrar su solidaridad con la clase obrera en paro afeando su imagen, intentando pasar más inadvertidos entre la multitud a través de esa estética homeless.

Y es que una barba no es cualquier cosa. Que le pregunten a Fidel «Nike» Castro, por ejemplo. O a los socialistas del 82, por el cambio. Una barba, más allá de la cuestión estética, es una declaración de principios. Hay barbas recias y sólidas, que denotan un carácter fuerte. Como la de Castellanos, ex-futbolista del Granada y del Valencia, que enseñoreaba su figura en el campo desde la profundidad de su espesa y negra barba. Está el modelo Gasol, una barba anárquica y despreocupada, propia del que se levanta por la mañana y sólo piensa en entrenar, ganar partidos, hacer pesas y mejorar su juego. Hasta que se enamora de una cheer leader del Barça y, como por arte de magia, empieza a recortarse con esmero la barbita.

Hay barbas, sin embargo, que resultan inanes e intrascendentes. Como la de Rajoy. Son lo que podríamos llamar barbas-excusa, que sólo sirven para disimular una papada imposible o un acné insostenible, pero que no aportan nada a su dueño y señor. Como la de Griñán, un fallido trasunto de la hidalga barba quijotesca que no resulta en absoluto creíble, sinceramente. Las barbas políticas son barbas perpetuas que, de tan vistas, ya forman parte del paisaje.

Por todo ello, la decisión de dejarse crecer la barba, en estos tiempos, ni es gratuita ni es baladí. De hecho, no sería de extrañar que el afeitado de la sorprendente barba del Príncipe Felipe fuese una cuestión de estado y que Zapatero, a la hora de hacer una crisis de gobierno, se cuide muy mucho de que sus ministrables lleven siempre las navajas bien afiladas. Y es que, ya se sabe: cuando veas las barbas de los ricos crecer, es posible que tus ahorros estén a punto de perecer.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.